jueves, 20 de enero de 2011

UNO, DOS, TRES

A mí, en algunos instantes me resultó tan histriónica que me parecía que se pasaba de revoluciones. Como si fuera un panfleto, pero eso sí, un panfleto de ida y vuelta, porque reparte a diestro y siniestro sus ácidas puyas.
Hecha la salvedad, no queda sino reconocer que esto es comedia en estado puro, de esa que lo que pretende es hacer reír.
Claro que aquí tenemos ante nosotros al maestro y no se va a contentar con cumplir el trámite. Tiene que dejar su sello, en primer lugar en el guión, donde una vez más, Diamond demuestra todo su talento.
La peli es un continúo carrusel de frases ingeniosas, te estás riendo con una de sus ocurrencias y ésta enlaza con la siguiente.
Y en el plano visual, otro tanto de lo mismo, gags sin solución de continuidad. De tal modo que si algo caracteriza al film es precísamente su ritmo frenético, no hay descanso, continuamente tienes que estar atento, porque de lo contrario, te pierdes alguna de sus gracias.


La actuación de James Cagney es genial, en el que sería uno de sus últimos papeles, el tipo tiene una plenitud como sólo el bagaje que llevaba a sus espaldas te da.
El que no está a la altura, en mi opinión claro, es Horst Bucholz, en su papel de joven idealista, convencido de que el comunismo salvará al mundo. No sé qué es exactamente, pero no acaba de transmitir con su personaje.


Esta particular visión de la "Guerra fría", sin acritudes, sin ponerse melodramático, pero enseñándonos todas las vergüenzas de unos y otros y haciendo constante mofa de esos valores de los que imbuyen a la gente (a nosotros, a todos) hasta hacernos como borregos mientras ellos (los que mandan) se pegan la gran vida.
Ese paraíso en la tierra que prometen los socialistas y que nunca llega y acaba siendo como el paraíso de las religiones, que parece de otro mundo, porque siempre queda para mañana.
Ese afán por el dinero de los occidentales, que parece el sumun de la felicidad, pero que hace a la gente infeliz por la pérdida de otros valores.
Eso es lo que nos retrata Wilder en este film, a su manera, con brillantez, con inteligencia y, sobre todo, con humor, a veces con ese humor que ya estaba empezando a olvidarse entonces. Porque a base de sus idas y venidas de un Berlín al otro, de las situaciones equívocas, del ritmo creciente de la peli, de las persecuciones alocadas, del subir y bajar escaleras del chofer para abrir la puerta al jefe, nos trae cierto regusto a aquellas películas del cine mudo en el que esto mismo pero a cámara rápida, tantas carcajadas consiguió en el público de la época.


Con momentos realmente brillantes, como el del striptease de la secretaria a ritmo de la Danza del Sable de Khachaturian y que, por efecto del creciente tono musical, hace que caiga el retrato de Kruschev y aparezca debajo el de Stalin; el diálogo con el secretario alemán: "-Yo durante la Guerra estaba en el subsuelo, no me enteraba de lo que estaba ocurriendo arriba.
-Claro, y ahora me dirá que estubo en la resistencia"
Por no salvarse, no se salva ni la familia américana, de la que hace una cáustica crítica.
Es cierto que en medio de todo, de vez en cuando mezcla situaciones que vistas hoy nos parecen de un humor un tanto infantil, pero en conjunto el resultado es una gran comedia, de las de ver para disfrutar, para reír y para olvidar malos momentos.




2 comentarios:

  1. De mis preferidas de Wilder y Diamond (lo bien que se lo debían pasar escribiendo). Solo le encuentro una pega: el viejo Wilder debería haber dejado un espacio entre frase y frase para reirnos a gusto y no tener que aguantarnos, o mandar callar al vecino, para no perdernos la siguiente.

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  2. Es una suscesión de frases y situaciones muy divertidas e ingeniosísimas. Estoy contigo, como te distraigas, te pierdes algo bueno.

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