Nathalie Cordier (Laure Calamy) trabaja en una fábrica de conservas como empaquetadora de pescado; vive de alquiler y en breve será desalojada; como quiera que Stéphane Marson (Suzanne Clément), su pareja lesbiana, está en la cárcel, Nathalie, para mejorar su situación económica, se hace pasar por su amante, con el fin de engañar y estafar a Serge (Jacques Weber), el padre de Stéphane, un hombre maduro en excelente situación económica, del que la madre de Stéphane fue amante y a cuya familia ella nunca llegó a conocer. Nathalie se dirige a la isla de Porquerolles, en el sureste francés, donde su progenitor la aguarda y traslada a su fastuosa mansión; allí conoce a su esposa Stella (Dominique Blanc), a su hija George (Doria Tillier) y a la empleada doméstica Agnês (Veronique Ruggia).
El juego de intriga, celos, rechazo y sospechas, está servido.
Con un guion algo errático, entre otras cosas, el film contiene una reflexión sobre las difíciles relaciones familiares, sobre todo cuando hay otro tipo de intereses de por medio.
La parte de suspense es cierto que, de algún modo, mantiene el interés del espectador sobre cómo va a acabar aquello, pero tampoco es que logre enganchar especialmente, derivando al final en una película con muchas más pretensiones que resultados.
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