lunes, 6 de enero de 2020

EL VAGABUNDO DE TOKIO


"Phoenix" Tetsu (Tetsuya Watari), es un yakuza que pretende abandonar el mundo de la delincuencia siguiendo el ejemplo de su jefe Kurata (Ryuji Kita), a quien admira y protege.
Sin embargo, la familia mafiosa liderada por Otsuka (Hideaki Esumi) amenaza los negocios legítimos de Kurata. Para dejarle tranquilo exigen la cabeza de Tetsu, por lo que este, para quitarle de encima la presión a que se ve sometido su jefe, decide quitarse de en medio y viaja al sur de Japón, esperando y, al tiempo, tratando de escapar de una muerte segura a manos del asesino a sueldo Tatsuzo "The Viper" (Tamio Kawaji). Tetsu lo abandona todo, incluída su novia, la cantante de nightclub Chiharu (Chieko Matsubara), convirtiéndose en un vagabundo.


La película es una especie de mezcla de géneros, con elementos del noir, de las historia de samuráis y algunos toques que nos recuerdan a los musicales e incluso al tipo de western que llegaría más tarde de la mano de Sergio Leone.


Muchos elementos de este mundo propio y reconocible que construía Seijun Suzuki en sus películas, suponen una clara inspiración para un tipo de cine alcanzaría el éxito muchos años más tarde, sobre todo me estoy refiriendo a las películas de Quentin Tarantino, uno de los acérrimos fans de Suzuki. Y es que la iluminación, las peleas y tiroteos imposibles, la peculiar estilización de algunos decorados y escenas, el fuerte contraste de colores de trajes e interiores, son todo un desafío visual y una revolución para el cine que se hacía en la época.


La historia es sencilla, la de un tipo que se va dando cuenta de que aquello en lo que creía y las personas a las que profesaba lealtad sin límites, son una pura farsa, que van a lo suyo y que no les importa si para conseguir sus objetivos egoístas han de dejarle abandonado, dispuestos incluso a matarlo llegado el caso, para quitarse de encima el estorbo que supone su integridad. Un desengaño que llevará a este héroe solitario de vuelta a la marginalidad de la que pretendía salir.
La narración está plagada de excesos, pero todo ello envuelto en unas formas de gran impacto visual. Una película en la que la forma se impone claramente al fondo y en la que la lógica parece no contar mucho para su realizador. Un film interesante para ver, para disfrutar de sus retos visuales y, quizá, para comprender mejor otro tipo de cine que se hizo a partir de películas como esta.




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