El 9 de marzo de 1974, el último soldado de la Segunda Guerra Mundial se rendía en la isla filipina de Luban. Se trataba de un oficial de inteligencia del desaparecido Ejército Imperial, el teniente Hiroo Onoda. Durante treinta años, Onoda se había atrincherado en una serie de cuevas en la impenetrable jungla de la isla. Al inicio, formaba parte de un pelotón integrado por cuatro hombres, pero a la postre se quedó solo. Al teniente Onoda se le había ordenado permanecer en su puesto hasta que fuera relevado; ni la rendición ni el suicidio eran opciones aceptables, habían enfatizado sus superiores. El teniente Onoda subsistió en la isla con frutas, pescado y algún cerdo salvaje que lograba capturar, sorprendentemente en un entorno hostil de mosquitos y fiebres tropicales, solo tuvo que guardar cama en una ocasión.
A pesar de los esfuerzos periódicos que se hicieron por parte de familiares y funcionarios japoneses para convencerles de que la guerra había terminado, los miembros del grupo de soldados, pensaban que se trataba de añagazas del enemigo para obligarles a abandonar sus escondrijos. En 1965 Onoda y su único acompañante, Kinschichi Kozuka, sustrajeron una radio de una granja y lograron sintonizar emisiones procedentes de Australia. Con asombro escucharon los acontecimientos que tenían lugar ese año, pero se convencieron de que aquellas emisiones formaban parte de un plan norteamericano para obligar a los soldados japoneses a revelar sus posiciones.
Kozuka falleció como consecuencia de una escaramuza con la policía filipina y Onoda quedó solo. A principios de 1974, un joven aventurero japonés llamado Norio Suzuki logró dar con Onoda. "¿Qué puedo hacer para persuadirle de que abandone la jungla?", le preguntó. "El comandante Taniguchi es mi superior -respondió Onoda-. No me rendiré hasta que no reciba órdenes directas suyas". Suzuki averiguó que Taniguchi seguía con vida, ambos volaron a Luban y se encontraron con Onoda en un lugar prefijado. Taniguchi saludó a Onoda y le entregó formalmente las órdenes del Cuartel General. Onoda recordaría así la escena: "El comandante desplegó la orden y por primera vez me percaté de que no existía trampa alguna. ¡Realmente perdimos la guerra! ¿Cómo pudieron ser tan inútiles?"
Con cincuenta y dos años, Onoda regresó a Japón, donde le convirtieron en héroe nacional, le agasajaron con banquetes, apariciones en televisión, conferencias de prensa y discursos. Él rechazó el dinero que le ofrecía el gobierno por las pagas acumuladas durante todos esos años. Onoda se mostró abatido por lo que había sucedido con su país. Se encontró un mundo futurista de rascacielos, contaminación, aviones a reacción y amenazas nucleares; su querida patria se había occidentalizado y estaba volcada en producir televisores, aparatos electrónicos y automóviles para su nuevo protector y cliente: Estados Unidos, el acérrimo enemigo del país por el que salió un día a combatir hasta el fin muy lejos de su patria. ¿Para eso había resistido tantos años?
Onoda escribió sus memorias que se convirtieron en un éxito de ventas y con parte de la considerable fortuna que amasó, se trasladó a vivir a Brasil, donde adquirió una parcela rural y se convirtió en granjero. En 1984, regresó a Japón, aunque todos los años pasaba tres meses en Brasil. En 1996 volvió a la isla de Luban, donando 10.000 dólares USA para la escuela local.
El 16 de enero de 2014, fallecía en Tokio a la edad de 91 años.
Obligados en realidad por los países occidentales, los japoneses abandonaron a regañadientes su característico régimen feudal y se unieron a la modernidad. Pero aún así, siguen siendo un verdadero ejemplo de disciplina y cumplen a rajatabla con su deber, sin perder su sonrisa. Son verdaderamente admirables. Saludos
ResponderEliminarEntre otras cosas, por eso pudieron levantarse tras la humillante derrota.
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