Chiron, un afroamericano de 9 años, vive en una zona conflictiva de Miami. La gente lo llama Little (Alex R. Hibbert), por su estatura y es un blanco fácil para los matones del colegio, que le tienen etiquetado como "suave", por su forma de caminar y comportarse.
Un día en que intenta escapar de la persecución de sus compañeros de clase, se refugia en una casa abandonada de la que le rescata Juan (Mahershala Ali), un narcotraficante que le lleva a comer a un restaurante y, luego, a la casa que comparte con su novia, Teresa (Janelle Monáe).
A la mañana siguiente Juan lleva a Chiron a casa junto a su madre Paula (Naomie Harris), una mujer que tiene al pequeño desatendido, presenta una conducta abusiva y coquetea con las drogas.
El único niño que mantiene una relación amistosa con Chiron, es Kevin (Jaden Piner), un vecino de su barrio, un niño alegre y resuelto, con quien comparte juegos y comienzan a fraguar una amistad y a crecer unidos.
Poco a poco, Juan comienza a pasar más tiempo con Chiron y, dado su origen cubano y su relación con el mar, le enseña a nadar y, poco a poco, comienza a realizar, cada vez más, un papel semejante al de un padre, resuelve sus dudas y le enseña a enfrentarse a los insultos de otros muchachos.
A medida que se convierte en un introvertido adolescente de 16 años, Chiron (Ashton Sanders) ha de aprender a convivir con su propia identidad sexual, mientras la insistente presencia de los matones le obliga a rehuírlos como puede.
Ya joven adulto de veintitantos años, sigue siendo una persona vulnerable, refugiado bajo una fachada de dura masculinidad y, siguiendo el ejemplo de Juan, se protege a sí mismo contra el mundo, más, sin embargo, su viaje desesperado hacia la evolución y el autodescubrimiento aún no está completo.
Con un presupuesto ridículo para lo que se estila en Hollywood (apenas 1,5 millones de dólares), el guión se basa en una obra teatral semi-autobiográfica titulada In Moonlight Black Boys Look Blue (A la luz de la Luna los chicos negros parecen azules), escrita en 2003 por Tarell Alvin McCraney.
Barry Jenkins, director y guionista del film, cambió la estructura narrativa del original, inspirándose en la película Tiempos de amor, juventud y libertad del director taiwanés Hsiao-Hsien Hou (2005) y la divide en tres capítulos que abarcan la infancia, la adolescencia y la madurez del protagonista.
La película reflexiona sobre las dificultades de un chico negro, de un barrio marginal donde abunda la droga, dejado de la mano de su madre y que sufre los abusos de sus compañeros de colegio.
La crítica, en general, acogió bien la película, si bien, no fueron pocas las voces que señalaron que su triunfo en los premios de la Academia de Hollywood, se debió más a los asuntos que trata, que a la calidad del film, como una forma de apaciguar conciencias, ya saben, película hecha por negros y con todos los actores afroamericanos.
Lo cierto es que los diálogos de la película no son nada del otro mundo, poco profundos y, en ocasiones, da la sensación de que en cada uno de los temas que aborda, se mete en túnel, con luz al principio y, poco a poco, va perdiendo perspectiva y se diluye.
A mí, lo que más me ha llamado la atención, es un asunto que las reseñas apenas comentan, como es el de la justicia que se toma por su mano el muchacho y las consecuencias que tiene.
Tras verse acorralado, perseguido de manera cansina por unos y otros de entre sus compañeros, traicionado por su mejor y único amigo, humillado, golpeado salvajemente, un buen día, se le hinchan las narices y le pega un silletazo con toda su alma al matón de la clase, por la espalda y le deja tendido en el suelo.
A diferencia de lo que le han hecho a él, siempre a escondidas, lejos de las miradas de los mayores, amparados en el anonimato del grupo, Chiron perpetra su venganza a ojos de todos y es detenido y enviado al reformatorio.
Es cierto que las leyes contemplan atenuantes de todo tipo (ofuscación, provocación...), pero no lo es menos que, a veces, parece que la justicia no es equitativa y el que ha estado sometido a constante hostigamiento, el día que pierde los nervios o que se arma de valor para hacer frente a quienes le humillan, siente sobre sí todo el peso de la justicia que, hasta entonces, nada quiso saber de él y de lo que estaba soportando, todo porque los malos, son cobardes y taimados y el que no tiene maldad, no sabe ocultar sus deslices y enseguida es cazado.
En la entrega de los Oscar de 2016, el film provocó, de manera fortuita, una anécdota que pasará a la historia de los premios, pues alguien equivocó el sobre que contenía el nombre de la Mejor Película que debían leer Warren Beatty y Faye Dunaway, y anunciaron que la ganadora era La la land, en lugar de la auténtica ganadora que era esta Moonligth.
Mi opinión, al hilo de este equívoco es que, más valía que le hubieran dado el premio a la película de Damien Chazelle. El cine, además de poder estar comprometido con asuntos que a todos nos importan, es entretenimiento y saber contar las historias. Creo que el musical de Chazelle consigue mejor sus propósitos. ¿Que los temas que aborda Moon ligth son muy profundos y de gran relevancia? Por supuesto, pero si solo nos guiamos por eso, los Oscar deberían llevárselos todos los años los documentales que nos hablan del hambre en el mundo, de las injusticias, del sufrimiento que ocasionan las guerras o de la devastación del planeta.
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