viernes, 1 de marzo de 2019

LA MUERTE DEL SEÑOR LAZARESCU

Dante Remus Lazarescu (Ion Fiscuteanu) es una persona solitaria a punto de cumplir 63 años, jubilado y viudo que vive en unas condiciones bastante precarias, en un apartamento sucio y desordenado, únicamente acompañado por tres gatos. Sólo tiene a una hija que vive en Canadá, con la que se comunica esporádicamente por teléfono, y una hermana a la que transfiere mensualmente su pensión. Su vida social se reduce al contacto casual con sus vecinos, que no lo ven con muy buenos ojos debido a su alcoholismo y el olor que desprenden sus mascotas. Una noche, después de dos días de jaqueca y vómitos decide pedir ayuda a sus vecinos y al servicio de ambulancias. La suerte no acompaña a nuestro protagonista, se siente indispuesto justo la noche del sábado en la que un accidente de tráfico ha repartido gran cantidad de heridos en todos los hospitales de la ciudad y ninguno quiere internarlo. A la escasez de camas y quirófanos se une la desidia de su personal ante el drama del Sr. Lazarescu y la desgracia colectiva. La enfermera de emergencias que lo atiende, acompañará al anciano en un descenso a los infiernos de la burocracia sanitaria rumana.
El deprimido anciano es víctima de una ciudad asolada por el desconcierto y la apatía; un lugar que no es un paraíso, pero que tampoco parece idóneo para morir dignamente. La proximidad de los acontecimientos, con situaciones que le pueden pasar a cualquiera, provocan que nos sintamos muy identificados con el protagonista en su via crucis particular.


La película tiene como dos partes, una primera en la que Lazarescu está en su domicilio y llama al servicio de emergencias, siendo atendido, mientras llega, por sus vecinos de rellano que, a pesar del desagrado que les produce su olor a alcohol y el que producen los orines de los gatos en el piso, le tratan amablemente, se preocupan, le acompañan y hasta le llevan comida.
En este segmento del film, algunas cosas del carácter del protagonistas, nos lo pueden hacer incluso antipático, pero todo cambia cuando la enfermera de emergencias decide llevárselo al hospital. El peregrinaje y las situaciones que se van presentando, nos hacen sentir empatía con el pobre enfermo, sencillamente porque empezamos a imaginar que esa historia que nos están contando, es verosímil que nos pueda ocurrir a cualquiera de nosotros.


Hay quien ve en el film una crítica al caos de la sanidad rumana posterior al abandono del socialismo por el país. Yo no acabo de ver tal, se ven unos hospitales dotados de medios y con los problemas que puede haber en otros lugares del mundo, más teniendo en cuenta que sitúa la acción en un fin de semana en el que ha habido un accidente en que se ha visto involucrado un autobús de pasajeros con varios muertos y decenas de heridos.
Junto a la indolencia respecto al sufrimiento por parte de algunos miembros del personal médico, y muy especialmente, la falta de sensibilidad con la que éstos hablan de la condición de bebedor del paciente, Cristi Puiu nos muestra también la profesionalidad de algunos otros, incluso, en algún caso, más allá de lo exigible. Es admirable, por ejemplo, la paciencia de la enfermera de urgencias que tiene que aguantar incluso el menosprecio de algunos doctores en los diversos hospitales que recorre. No obstante, es cierto que no es nada condescendiente con la dejadez y el pasotismo a que se ve sometido la víctima del sistema sanitario, que no queda demasiado bien parado.


El film queda lejos de artificios, desmontando ese mundo hospitalario que vemos en algunas teleseries, para traernos la cruda realidad de profesionales muy dignos que conviven con colegas prepotentes que descargan su frustración o su afán de superioridad sobre el paciente, sin ser capaces del más mínimo atisbo de compasión hacia el sufrimiento.
Queda reflejado también el trato que sufren algunas enfermeras por parte de sus colegas médicos, sobre todo de los especialistas, pagados de sí mismos y considerándose por encima del bien y del mal.
La película es tan realista que, en muchas ocasiones, nos da la sensación de que no estamos viendo actores, sino un documental.
Magnífico el trabajo de todo el equipo, los actores, con Ion Fiscuteanu a la cabeza, hacen una interpretación soberbia y muy creíble.
Una película muy atractiva que, en cierto modo, te hace sentir la impotencia de quien se puede ver sometido a una situación semejante, aunque es verdad que a veces aflora un cierto sentido del humor.
Carente de efectismos, el film es real como la vida misma y eso, la realidad, es muy difícil de llevar a la pantalla consiguiendo que el resultado sea un producto ameno.




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