En un conflictivo país del corazón de África, del que no sabemos el nombre, vive María (Isabelle Huppert), una terrateniente en cuyas tierras se cultiva sobre todo café. Es una mujer de carácter fuerte y altivo, acostumbrada a ejercer un férreo control en sus propiedades. Por eso, cuando está a punto de estallar en el país una guerra civil, no duda en defender la plantación que heredó de su familia y su cosecha, con uñas y dientes.
Además de sufrir el conflicto postcolonial, Maria debe hacer frente a los problemas derivados de su condición de mujer. El centro de los temas de propiedad de la tierra en el África subsahariana, proviene del cambio experimentado al pasar del concepto de posesión comunal, al de tenencia individual de la tierra bajo la entrada en vigor de leyes de liberalización de imposición occidental.
Claire Denis, coguionista y directora del film, teje habilmente lo que estos cambios en la propiedad de la tierra significan para las mujeres, tanto blancas como negras. A través de este modelo, la posición social de las mujeres en los estados del África subsahariana ha experimentado cambios en los procesos de despojo de tierras, siendo el matrimonio y los parientes fundamentales para la copropiedad de las tierras. Las mujeres en países de todo el continente han sufrido de tal liberalización económica y desarrollo ligados a los discursos masculinos de apropiación de tierras. Estas disparidades sexuales se resaltan desde el punto de vista de María, a través de tomas cerradas y cinematografía claustrofóbica.
La recuperación de tierras por parte del grupo rebelde considera que la "blancura" de María ya no le otorga ningún tipo de privilegio.
Claire Denis pasó su infancia en algunas colonias francesas de África (Burkina Faso, Somalia, Senegal y Camerún), en las que su padre trabajó como funcionario del gobierno galo y en esta película regresa a esos territorios para traernos una reflexión sobre el mundo postcolonial africano, con una mujer que se niega a ver la realidad del peligro que la rodea y se obstina, no tanto en conservar la propiedad de las tierras de la familia, como en salvar una cosecha cafetera que nos queda claro desde el principio que no es posible que salga adelante por la situación del entorno, con facciones enfrentadas a tiro limpio. En esta peculiar familia, el único que desea regresar a Francia es el marido de María. Tanto ella, como su hijo y su suegro, parecen querer quedarse allí, cada cual con distintas actitudes. Ella, con esa especie de ofuscación por salvar la cosecha de café; el hijo, con una actitud primero indolente y después sumido en una especie de arranque irracional que le lleva a confraternizar con los rebeldes y el suegro, totalmente desentendido de la realidad, con una actitud absolutamente pasiva. Los tres, cada cual a su manera, se sienten africanos, pero se niegan a ver que allí no les quieren, bien por el color de su piel, o por considerarles una herencia de la colonización, o por ambas cosas a un tiempo.
De cualquier modo, la narración nunca acaba de ser clara, ni sabemos la ideología o los motivos (más allá de la típica corrupción que parece aquejar a los gobernantes) ni del gobierno, ni de los rebeldes; ni se nos aclara qué persigue el personaje interpretado por Isaach de Bankolé, un tipo apodado El Boxeador, del que apenas sabemos nada sobre su pasado, pero que aparece de forma recurrente en el film, como una especie de fantasma.
Uno acaba con la sensación de no saber muy bien qué es exactamente lo que nos quiere contar Denis y qué clase de cuentas quedó pendientes su memoria africana.
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