En el año 2012, la ciudad maliense de Tombuctú, está en manos de extremistas religiosos.
Los yihadistas han impuesto un régimen de terror que obliga a la población a padecer un sin fin de prohibiciones: No escuchar música, no reír, no fumar, incluso prohíben jugar al fútbol. En esta situación, las mujeres se ven especialmente acosadas, se han convertido en verdaderas sombras que intentan resistir con dignidad, ante una ortodoxia musulmana radical, que parece tener como objetivo central los prejuicios contra ellas.
Cada nueva jornada, los tribunales islámicos improvisados emiten sentencias tan absurdas como trágicas.
No muy lejos de la ciudad, entre las dunas que la rodean, vive pacíficamente el orgulloso ganadero tuareg Kidane (Ibrahim Ahmed), junto a su familia, su esposa Satima (Toulou Kiki), su hija Toya (Layla Walet Mohamed) e Issan (Mehdi Ag Mohamed), su pastor de 12 años encargado de cuidar de su rebaño.
El caos que reina en Tombuctú no parece afectar a Kidane, todo transcurre en aparente tranquilidad, hasta el día en que Amadou (Omar Haidara) un pescador, molesto porque uno de los animales que cuida Issan se ha escapado del rebaño cuando el niño lo lleva a beber en el río y ha estropeado sus redes, acaba con la vida de GPS, la vaca favorita del rebaño, que estaba preñada y cuyo ternero, Kidane pensaba regalar a Issan. Kidane se pelea con el pescador y acaba con su vida al disparársele de forma accidental la pistola que llevaba. Ahora debe enfrentarse a las leyes impuestas por los ocupantes extranjeros.
Hay películas que deben ser vistas porque son obras de arte, aunque el argumento, a veces, no nos diga demasiado y hay otras que hay que ver por lo que nos cuentan , por su mensaje, aunque no sean grandes films.
No estoy diciendo que Timbuktu esté mal hecha, tiene imágenes preciosas, el plano fijo desde cierta distancia en el que observamos la pelea del protagonista y el pescador es una de ellas, y hay muchas más. Lo que ocurre es que su narración es bastante inconexa, nos ofrece algunas historias paralelas que están metidas de cualquier manera, sin hilazón entre ellas.
Pero repito, que las imágenes son bellas y de gran fuerza, apoyándose en ocasiones en el maravilloso paisaje del desierto y la ribera del río, así como de la peculiar arquitectura urbana. De todo ello saca un magnífico partido.
Otra cosa es el mensaje del film, no tanto una crítica a la ortodoxia musulmana en particular, sino sobre el peligro de que unos palurdos investidos de una autoridad que ellos, de forma ventajista, consideran bajada del cielo, lleguen a gobernar nuestras vidas. No hay nada más peligroso que un ignorante con poder, cuando este trata de imponer sus ocurrencias por la fuerza. ¿Qué le dices?, ¿qué argumentas para hacerle ver que está equivocado?. Nada, no puedes hacer nada porque él no va a reconocer que está equivocado y además porque ni sabe, ni quiere razonar.
El film comienza con una escena que es toda una metáfora de lo que va a ser la película. Los yihadistas, desde un todoterreno, persiguen un venado disparando sus armas y uno de ellos dice: "No lo mates, cánsalo". Eso es precisamente lo que hacen con la gente por medio de sus cansinas proclamas, con su policía, armada hasta los dientes, que recorre las calles y azoteas día y noche en busca de gente que incumple sus absurdas normas: Cansarla, someterla a un maltrato que va más allá de lo puramente físico, doblegarla mediante el terror. Ahí quedan las espeluznantes imágenes de la pareja enterrada, con las cabezas asomando a ras de suelo y lapidada hasta la muerte; o los jóvenes del lugar jugando al fútbol con un balón imaginario, porque el deporte está prohibido; los 40 latigazos por haber sido sorprendidos cantando, ¡oh, sí!, ¡qué pecado tan grave!; la niña casada a la fuerza con un yihadista en contra de su voluntad y de la de sus padres, amenazando con el uso de la fuerza si se niegan, vamos, una violación legal; las figuritas de arte popular utilizadas como blanco en las prácticas de tiro, porque el Islam prohíbe la representación de seres vivos y hay que destruírlo... Mientras ellos, los que velan por que se cumplan las normas, no hacen otra cosa que incumplirlas, pero claro, las balas y los fusiles, están en sus manos y eso les da bula.
El mensaje es claro, una cosa es yihadismo y otra cosa es Islam y, aunque occidente se ve golpeado por sus maldades, son los que están cerca quienes primero las sufren.
La película no cuenta nada que no sepamos, pero la hace un creyente, Abderrahmane Sissako, desde dentro, e invita a que todos reflexionemos sobre un problema que va más allá de la religión. Como él dice: "Los fanáticos siempre piensan que van a ganar, pero son unos cobardes. En el caso del Islam, una minoría la tiene tomada como rehén, nadie nace con una barba y un kalashnikov".
"No lo mates...cánsalo". Esta película debe ser vista por aquellos "progresistas" que aplauden que las comunidades ortodoxas islámicas trasladen sus leyes a Europa.
ResponderEliminarPor otro lado, de verdad que nada peor que la soberbia de un ignorante con poder. Y de eso si sé bastante pues he vivido la Venezuela de Chavez y de Maduro, una forma de comunismo caribeño
Tú sabes de sobra de qué hablas.
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