lunes, 14 de abril de 2014

EL GRAN HOTEL BUDAPEST

Narra las aventuras de Gustave H. (Ralph Fiennes), legendario conserje del Gran Hotel Budapest, famoso establecimiento europeo del período de entreguerras, y de Zero Moustafa (Tony Revolori), un botones al que Gustave decide enseñar el oficio y acaba convirtiéndose en su amigo más leal.
Acudiendo al flashback, un ya maduro Moustafa (F. Murray Abraham), rememora sus recuerdos ante un escritor hospedado en el hotel. La historia incluye el robo y recuperación de una pintura renacentista de incalculable valor que ha sido legada por Madame D. (Tilda Swinton) a monsieur Gustave, pero Dimitri (Adrien Brody) familiar de la difunta, se opone a que la joya más preciada salga del clan. Gustave, a instancias de Zero, se hace con el cuadro y lo oculta, mientras se entabla una frenética batalla por la fortuna de Madame D. Denunciado por Dimitri, Gustave es detenido e ingresa en prisión.
Asistimos también al inicio de la más dulce historia de amor entre Zero y Agatha (Saoirse Ronan), empleada de una exclusiva pastelería, que ayudará a Zero a preparar la fuga de Gustave.
Como telón de fondo, un continente que está sufriendo una rápida y drástica transformación, en tanto se ve sumido en un conflicto armado.


El guión del film se basa en algunos textos del escritor austriaco Stefan Zweig, un personaje peculiar con una curiosa biografía, muy conocido en la década de los 30 del pasado siglo, cuya obra ha ido cayendo en el olvido y que fue uno de los primeros en oponerse a la escalada bélica alemana, enfrentándose con convicción al nazismo del que estaba seguro que acabaría extendiéndose por todo el mundo, algo que le llevó a tomar la decisión de suidcidarse.


La película recuerda mucho a las películas de la época del cine mudo, con ese ir y venir incesante de los personajes que acaba por producirnos un dulce mareo, sin solución de continuidad, en el que las escenas se suceden frenéticamente, a veces de forma disparatada.
La estética de colores llamativos, exuberante, y deliberadamente kitsch, junto a una espléndida banda sonora de uno de los más destacados compositores del cine actual, Alexandre Desplat (del que hemos hablado aquí hace poco a propósito de La joven de la perla), complementan a la perfección una historia atractiva y divertida.


Original, entretenida, con un plantel, en el que si bien es cierto que algunos tienen fugaces intervenciones, se reúnen, nada menos, que diecinueve nominados al Oscar, la película ofrece ese sabor del producto bien hecho, cuidada en sus más mínimos detalles, con encuadres estudiados, planos maravillosos, decorados magníficos y la sensación de que uno ha visto algo distinto que ha merecido la pena.

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