El director de cine porno Jack Horner (Burt Reynolds) siempre está buscando nuevos talentos y por casualidad conoce a Eddie Adams, quien trabaja como camarero en una sala de fiestas. Eddie es joven, guapo y tiene la libido muy alta. Con el sobrenombre de Dirk Diggler (Mark Wahlberg), rápidamente asciende a la cima, ganando premios de la industria año tras año. Sin embargo, las drogas y el ego se interponen entre Dirk y quienes lo rodean y pronto descubre que la fama tiene su precio.
¿Una película sobre la industria del porno? Aparentemente así es, incluso si hacemos caso de lo que dijo su propio director, Paul Thomas Anderson, también guionista del film que, a preguntas de los periodistas, supongo que en tono irónico en alguna de esas maratonianas jornadas promocionales en que atienden a decenas de micrófonos, dijo que era la historia de un chico con una enorme polla.
Evidentemente, hay más cosas. En primer lugar la maestría de un realizador que en aquel lejano 1997, contaba tan solo 27 años y nos saluda con un plano-secuencia de tres minutos, elaborado con mimo en el que nos presenta a la mayoría de los personajes que van a tener protagonismo en la película, que son unos cuantos, pues aunque no es una película coral, sí que la presencia de los secundarios tiene un peso que no es habitual, con sus historias particulares dentro del conjunto y sus buenos minutos de diálogo y presencia en pantalla.
Es también un homenaje a la manera clásica de hacer cine, que para Anderson es el celuloide, ni el vídeo, ni los soportes digitales.
La película narra el ascenso y caída de un joven que se dedica a este mundo tan particular del porno en la década de los setenta y primeros ochenta, cuando estas películas se proyectaban en las salas X. Se nos pinta una especie de familia que no pienso responda demasiado a la realidad (no lo sé, es una opinión particular), en este mundillo tan dominado por las mafias, en el que, dentro de la productora, unos se apoyan a otros y viven en su propia burbuja, por un lado con cierta comodidad, derivada de los ingresos que les proporciona su trabajo, pero por otro, repudiados por el resto de la sociedad, la misma que consume el producto que ellos fabrican, es decir, una especie de ghetto, pero de alto standing, que podríamos decir.
El film tiene momentos de humor y drama, momentos trágicos, tristes y alegres, divertidos, pero también es una especie de retrato social de un mundo y una época al que viajamos a través de una cuidada banda sonora, de un vestuario y una ambientación que nos retrotrae a los 70-80, todo elaborado al detalle y con unos personajes por los que, en ocasiones de manera inexplicable, llegamos a tener cierto cariño.
Una historia bien contada, que se hace entretenida a pesar de las dos horas y media que dura la película.
Una anécdota de algo que me ha llamado la atención: Burt Reynolds renegó de su participación en el film, acabó mal con su director, jurando que jamás volvería a trabajar con él y despidió a su representante al que echaba en cara haberle convencido para aceptar el papel. Sin embargo, gracias a su interpretación en esta película, su nombre estuvo, por única ocasión, entre los nominados al Oscar de Holywood.
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