Félx de Azúa filosofa aquí sobre la búsqueda de la felicidad, un imposible, como lo es pretender que un libro sea original y que hable sobre un tema que nadie ha tratado antes. Todo ello contado por un idiota en el sentido técnico de la palabra, un tipo que despierta al mundo cuando su padre le pega su primer bofetón para que aprenda que hay unas normas que cumplir y un sendero a seguir sin salirse de sus márgenes, el que lo intente, será, precisamente por salirse de esos márgenes, marginado por la sociedad.
Aparentando no serlo, o quizá sin aparentarlo, la novela es un libro autobiográfico, no me refiero a los hechos, las situaciones y la geografía que recorre, aunque quizá en todo eso lo sea también, pero lo desconozco, sino que en el plano existencial, Azúa nos habla de sí mismo, de sus "obsesiones" y de su línea de la vida en lo que al pensamiento se refiere.
Muchas de las constantes vitales del personaje, son las del autor, sobre todo esa crítica a la burguesía catalana y a los profesionales de la política, los que tomarían el relevo a quienes se habían opuesto al franquismo, mientras ellos se dedicaban a otros menesteres, sobre todo el de hacer negocios y ahora, llegada la democracia ocuparían el poder empujando a la jubilación a cuantos representaron la resistencia oficial durante el Régimen.
En vida del General, los verdaderos políticos estuvieron a sus cosas, dejando la resistencia en manos de los pobres, que no tienen nada que perder y de los aficionados, hombres de buena fe, pero ahora llegaba su momento.
Es un libro nada sencillo, pues está escrito con ciertas claves que quizá, quien no viviera el momento, no acabe de captar del todo, aún así es un buen retrato de una cierta sociedad, gente acomodada cuyos cachorros coquetearon con la extrema izquierda en sus tiempos de estudiantes, ni que decir que salieron con las manos limpias de todo aquello para acabar convirtiéndose en adalides de un catalanismo que convenció a propios y extraños de que allí, como en el País Vasco, ellos nada hicieron en pro de la dictadura y que todo fue un complot de unos personas de Madrid empeñadas en hundir todo lo que sonara a regionalismo independentista.
El argumento es una realidad pura y exacta.Esas gentes, hijos de papá, que nunca estuvieron en peligro de ir a la carcel y que jamás hicieron nada durante el franquismo, son los que se alzaron con el santo y seña de la democracia y del nacionalismo durante la Transición.
ResponderEliminarAlgo parecido ocurre ahora con Podemos.
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