Tras ser derrotados por los rusos, Kaji (Tatsuya Nakadai) y los pocos hombres de su unidad que han sobrevivido emprenden una larga marcha en un intento desesperado por llegar a territorio amigo. A lo largo de su andadura a través de las líneas enemigas en territorio de Manchuria, otros supervivientes japoneses se unen al grupo de Kaji, viéndose obligados a luchar contra las milicias chinas y los soviéticos. Cuando llegan a una aldea japonesa con mujeres y un anciano, un grupo de soldados llega al lugar y Kaji y sus hombres se rinden al soviet para obtener de ese modo que respeten a las mujeres.. Desde allí, todos ellos serán enviados a un campo de prisioneros.
El protagonista, que tanto luchó en la primera entrega de esta trilogía por ofrecer un trato justo y humanitario a los trabajadores y a los prisioneros chinos que trabajaban en las minas de Manchuria, se ve ahora en la posición completamente opuesta a aquella, ahora él es el prisionero y habrá de enfrentarse a situaciones realmente desgarradoras para él y sus compañeros.
Kaji, ahora obligado a trabajar para los rusos, descubrirá que a estos parecen no moverles precisamente los ideales comunistas de igualdad y fraternidad entre los hombres, unos ideales en los que había depositado cierta esperanza de ser tratado con humanidad y comprensión, sino que se comportan de aquella manera que a él tanta repulsión le originó en su momento, no encontrando diferencia alguna entre este comportamiento y el que tuviera el Ejército Imperial con sus prisioneros.
Solamente la esperanza de reencontrarse con su amada Michiko (Michiyo Aratama), sostendrá su esperanza en circunstancias tan adversas.
Acabada de ver la portentosa trilogía de Masaki Kobayashi, no me cabe duda de que estamos ante una gran obra en conjunto y magníficas películas que, en último caso, podrían verse por separado, aunque el personaje de Kaji nos resulta tan atractivo que difícilmente, quien vea una, podrá sustraerse al visionado de las otras dos.
Si en el primero de los films (No hay amor más grande), nos quedan claros los ideales de su protagonista y en el segundo (El camino a la eternidad), se pone de manifiesto un contundente alegato antibelicista, este tercero resulta más reflexivo, ahonda más en planteamientos que podríamos calificar incluso de filosóficos, pero ello, sin renunciar a la acción, con buenas escenas de cine bélico, en las que contemplamos el extenuante camino de Kaji y sus compañeros en busca de salir con vida del peligro que les acecha constantemente tras el desmoronamiento del Ejército Imperial. Asistimos también a la definitiva evolución del personaje, de un tipo ingenuo cargado de sueños, a un soldado entrenado que no duda en matar al enemigo aunque ello le suponga tremendas contradicciones morales y en imponer la disciplina sobre sus inferiores a veces con métodos que nada tienen que ver con aquellas ideas de dignidad humana que le movían.
A pesar de todo, se sigue sublevando contra la injusticia, contra el abuso de quienes ostentan una situación de poder sobre los demás y contra la arbitrariedad de decisiones crueles.
Kaji es un humanista llevado al extremo, pero al tiempo cercano, la antítesis del superhéroe y, aunque sus objetivos sean los mismos, sus métodos para llegar a esa meta que resulta ilusoria, son completamente normales, como los de cualquiera de nosotros que fuera capaz de llevar sus convicciones hasta más allá de lo esperado.
Una buena fotografía del comunismo...Pura propaganda, pero cuando se vive bajo su influencia se descubre que es la peor de todas las dictaduras (esto lo dice un venezolano)
ResponderEliminarCuantos desencantados ha habido a lo largo de la historia al conocer la cruel realidad.
Eliminar