lunes, 12 de agosto de 2013

LA HERENCIA DEL VIENTO

Bertram T. Cates (Dick York) es profesor en la escuela secundaria de una ciudad de Tennessee llamada Hillsboro. En una de sus clases de biología, explica a los alumnos la teoría evolucionista de Darwin, lo que provoca la reacción de las fuerzas más conservadoras de la localidad, con el reverendo Jeremiah Brown (Claude Akins) a la cabeza, que le acusan de ir en contra de la llamada Ley Butler (Butler Act) que prohibía la enseñanza en escuelas y universidades sostenidas, en todo o en parte, con fondos públicos, cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del hombre tal como se enseña en la Biblia , y enseñar, en cambio, que el hombre desciende de un orden inferior de animales.
El profesor es detenido por orden de la autoridad judicial y sometido a juicio.



El guión adapta la obra de teatro del mismo título ("Inherit the wind"), basada en hechos reales ocurridos en Dayton (Tennessee), donde tuvo lugar en 1925 el llamado juicio Scopes, también conocido como "Juicio del mono"
El planteamiento del film no puede ser más atractivo, el enfrentamiento entre evolucionistas y creacionistas y el retrato de la primera batalla legal entre ambos bandos en Estados Unidos, un enfrentamiento que, aunque parezca mentira, aún hoy en día sigue dando algunos coletazos.


Sin embargo, tras ese prometedor planteamiento, el asunto se diluye y Stanley Kramer nos entrega un producto con cierta carga de maniqueísmo y que sirve más para la discusión posterior que para sacar conclusiones por sí mismo.
Los hechos reales se cambian a gusto de los autores para presentar dos bandos enfrentados, unos firmes defensores de la libertad de pensamiento y cuya fe es la de la ciencia y otros intransigentes y retrógrados para quienes todo lo que se salga de la interpretación literal de la palabra revelada, está mal.
En realidad las cosas no sucedieron de una manera tan simple como nos las relata el film, pues el abogado de la acusación, Matthew Harrison Brady (Fredric March), se inspira en un político americano llamado William Jennings Bryan que, como se dice casi de pasada en la peli, había peleado intensamente por el voto femenino y no era un creyente intolerante como nos lo presenta el film, conocía las teorías evolutivas, pero sobretodo las teorías del Darwinismo social a las que se oponía fervientemente. El Darwinismo social desarrollado por Herbert Spencer (1820–1903) y Francis Galton (1822– 1909) afirma que las leyes sociales forman parte de las leyes naturales y que por lo tanto la lucha entre civilizaciones o grupos humanos es la fuente del progreso. Esta teoría nunca fue defendida por Darwin y es una puerta moral a todos los movimientos fascistas o imperialistas.


Lo mejor de la película, la excelente fotografía en blanco y negro y las actuaciones, sobre todo Spencer Tracy en su papel de abogado defensor, inmenso, como siempre y la curiosidad de ver a Gene Kelly fuera de sus habituales papeles en films musicales, interpretando a un periodista, un mundo éste, el de la prensa, que quizá sea el que peor parado sale del film.
Los diálogos son de gran nivel, con un sútil sentido del humor, muy inteligente y que descarga un tanto la tensión dramática de la historia y algunas secuencias muy buenas. Me llamó la atención una de ellas en la que se ve desfilando a un grupo de ciudadanos con antorchas, pancartas y una efigie colgada y ardiendo del acusado, con el símbolo de la justicia (la mujer con la balanza y los ojos vendados) en primer plano y de espaldas a ellos.
Un buen retrato de ciertos tics de la llamada Norteamérica profunda que, no olvidemos, es mayoría a pesar de la imagen que vemos normalmente en el cine que nos presenta las sociedades más progresistas de los grandes núcleos urbanos.




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