Tras la muerte del jefe de Goldmoon, el principal sindicato del crimen, una especie de consorcio mafioso que aglutina a las principales familias y sus negocios, sus dos lugartenientes quedan al frente de la organización criminal.
La policía ve en la situación un momento propicio, más que para desmantelarla, para tenerla controlada y que se dedique exclusivamente a lo suyo, sin incordiar demasiado, para lo cual utilizarán a Lee Ja-sung (Lee Jung-jae), un agente encubierto que lleva ocho años infiltrado en la organización a las órdenes directas del jefe de policía Kang (Min-sik Choi).
Con un bebé en camino, y viviendo con el miedo mortal de ser descubierto como un topo, Ja-sung está dividido entre su deber y honor como policía, y la lealtad a los miembros de la familia a que sirve, ferozmente leales, que serían capaces de seguirle al mismísimo infierno.
Al utilizar la información privilegiada proveniente de Ja-sung, la policía pretende hacer crecer la enemistad latente entre los dos nuevos cabecillas, pero al mismo tiempo, de manera paralela, hace aumentar la sospecha de que un traidor está metido en la organización. El despiadado Jung Chung (Jung-min Hwang), estrecha más el cerco al contratar hackers, para rastrear la base de datos de la policía.
A medida que la Operación Nuevo Mundo toma altura, se convierte en una especie de juego macabro entre los dos pretendientes a la jefatura mafiosa y la policía, con las apuestas subiendo cada vez más y un baño de sangre que parece garantizado entre las facciones enfrentadas, Ja-sung toma una decisión final impactante que nadie podría haber predicho.
Tras un arranque prometedor y dinámico, la película se toma una pausa en la parte central, como si quisiera dar tiempo al espectador para digerir lo que ha estado viendo y preparándole para una parte final frenética, en la que se va cerrando el círculo y en la que ya no hay sosiego, con los acontecimientos sucediéndose a toda velocidad.
Buena fotografía y banda sonora, para unas interpretaciones a la altura y una magnífica ambientación en un film que recuerda a alguno de los clásicos, inevitablemente a El Padrino, con algunas situaciones muy similares, entre ellas, la parte final, en la que, cual ocurre en la saga de Coppola tras el atentado contra Corleone y la venganza que toma su familia, las escenas de ajuste de cuentas y la narración de los acontecimientos en tiempo real, transcurren en paralelo, intercalándose unas y otras.
Violencia casi real, inimaginable en el cine de Hollywood, pero rodada con arte y una estética que hace de las escenas realmente duras y sanguinarias pequeñas joyas, sobre todo para los amantes del género. A resaltar la escena del ascensor, toda una orgía de exceso y brutalidad, de las que son recordadas, rodada en el angosto espacio de la cabina del elevador.
Sin embargo, la película es algo más que violencia pura y dura y ofrece una reflexión sobre el despiadado mundo de las organizaciones mafiosas, acompañado de un estudio profundo de los personajes que en él se mueven y en el de los policías empeñados en perseguirlas, no siempre con métodos y fines ajustados a la moralidad, todo lo contrario y en este film queda claro el sufrimiento del infiltrado y el desamparo en que se siente ante la obsesión de sus jefes por conseguir los objetivos que se han marcado y que reciben con un encogimiento de hombros la noticia de las torturas y muerte de quienes son descubiertos.
Un film cuya violencia emana del realismo con que se trata este mundo al margen de la ley, despiadado con quienes por el transitan y que esconde toda la inmundicia humana bajo la apariencia de comodidades y oropeles.
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