lunes, 2 de abril de 2018

LA INVENCIÓN DE HUGO

París, 1931. Hugo Cabret (Asa Butterfield) es un muchacho huérfano que vive oculto en las paredes de una estación de tren sin que nadie lo sepa, realizando el trabajo que debería hacer su tío: mantener en hora todos los relojes del lugar. Pero esta no es la única labor clandestina que el muchacho lleva a cabo, también intenta reparar un misterioso autómata que su padre encontró en el museo donde trabajaba antes de fallecer y que cree que puede contener un mensaje oculto de su progenitor.
Cuando nadie le ve, Hugo se escabulle hasta la juguetería de la estación y roba las piezas que le faltan para reparar al hombre de metal, hasta que un día el anciano vendedor le atrapa. A partir de entonces las vidas de estas dos personas, aparentemente tan distintas, se verán ligadas en un destino común con la magia de los inicios del cine como telón de fondo.
Buena parte de la vida y color que tiene la película, lo aporta la gente que depende del tránsito de personas por el vestíbulo de la estación para ganarse la vida, entre ellos la vendedora de flores, Lisette (Emily Mortimer), el vendedor de libros, Labisse (Christopher Lee), el caballero que atiende el quiosco de prensa, Monsieur Frick (Richard Griffiths), su vecina, que regenta el café, Madame Emilie (Frances de la Tour), el inspector Maximilian (Sacha Baron Cohen) y su amenazador perro...
En flashback, los espectadores ven el conjunto de la carrera de Méliès (Ben Kingsley), que empezó en el mundo del espectáculo como mago de éxito, hasta quedar prendado del cine, dirigiendo más de cien películas. Arruinado a consecuencia de la 1ª Guerra Mundial, acaba sobreviviendo con su tienda de juguetes. El cineasta francés Georges Méliès es considerado a menudo el padre de la narrativa cinematográfica, y muchos le atribuyen el nacimiento de los géneros de fantasía, ciencia-ficción y terror.


La película, dirigida por Martin Scorsese, mantiene el espíritu de la novela hasta el punto de que los mejores diálogos y muchas de las escenas de la novela son idénticos a lo que Brian Selznick escribió (o dibujó). Para quien no conozca la obra original, está contada tanto en texto como en ilustraciones en blanco y negro a páginas completas, como si fueran los fotogramas de una película. El filme, además de la historia de Hugo, del anciano juguetero y de su intrépida nieta, Isabelle (buena interpertación de Chloë Grace Moretz), añade varias subtramas en las que se presenta al resto de comerciantes de la estación de tren y sus particulares historias de amor.
Una de las cosas que más destaca en la película es la logradísima ambientación. Los escenarios, entre trenes, pasadizos ocultos y relojes de todo tipo y complicada maquinaria, son de una belleza apabullante y meten al espectador de lleno en la vida diaria de la estación parisina.


Lo que sí que queda claro, tanto en el libro, como en la película, es el amor que sus respectivos creadores profesan al cine. La integración tanto en papel como en pantalla de algunas de las escenas más memorables del cine mudo o la explicación de algunos trucos de la época, quedan perfectamente reflejados en las dos obras.
En el apartado técnico, sobre todo en el uso de la tecnología 3D, también es una auténtica maravilla, sin embargo, la propia historia en sí, a mí no me ha acabado de convencer, creo que le falta fuerza, resulta demasiado previsible y no acaba de atrapar la atención del espectador, con lo que el resultado final resulta algo desigual, por un lado, uno tiene la impresión de haber asistido a un film de alta categoría en el aspecto visual y técnico, pero con un guión no demasiado conseguido y una narración que, en algunos momentos, puede incluso resultar tediosa.




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