miércoles, 4 de abril de 2018

LA PIEL QUE HABITO

Desde que su mujer sufriera quemaduras en todo el cuerpo en un accidente de coche, el Doctor Robert Ledgard (Antonio Banderas), eminente cirujano plástico, se interesa por la creación de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla. Doce años después consigue cultivarla en su propio laboratorio, una piel sensible a las caricias, pero una auténtica coraza contra todas las agresiones, tanto externas como internas, de las que es víctima nuestro mayor órgano. Para lograrlo ha utilizado las posibilidades que proporciona la terapia celular.
Además de años de estudio y experimentación, Robert necesitaba una cobaya humana, un cómplice y ningún escrúpulo. Los escrúpulos nunca fueron un problema, no formaban parte de su carácter. Marilia (Marisa Paredes), la mujer que se ocupó de él desde el día que nació, es su cómplice más fiel, nunca le fallará. Y respecto a la cobaya humana…...
Al cabo del año desaparecen de sus casas decenas de jóvenes de ambos sexos, en muchos casos por voluntad propia. Una de estas jóvenes, llamada Vera (Elena Anaya) acaba compartiendo, contra su voluntad, con Robert y Marilia la espléndida mansión, El Cigarral, un lugar idílico rodeado de árboles, protegido por una muralla y una alta puerta con rejas que enseguida se percibe como una especie de cárcel en medio de la naturaleza, un lugar aislado e inaccesible a las miradas exteriores.
Un día de carnaval, un hombre disfrazado de tigre se las ingenia para llegar hasta la puerta cerrada de la habitación donde vive Vera cautiva. Este hecho rompe el impasse en el que viven los tres personajes que habitan en El Cigarral. Paradójicamente a los usos del Carnaval, éste es el momento en que los personajes se despojan de sus máscaras y la tragedia final proyecta su negra sombra sin que ninguno de ellos pueda hacer nada para evitarla.


El guión se basa en la novela Mygale (Tarántula), del francés Thierry Jonquet, que se inspiró en las crónicas periodísticas que leía para escribir sus novelas.
Pedro Almodóvar trabajó en el guión durante casi una década, y lo que inicialmente iba a ser una adaptación, terminó siendo más bien, una historia inspirada en la novela.


No es esta una película sencilla, Almodóvar, el realizador español contemporáneo más reconocido internacionalmente, lejos de acomodarse en su estatus, no tiene ningún reparo en asumir nuevos riesgos. El manchego se aleja definitivamente de aquel estilo pop de colores llamativos, buscando la fuerza de la imagen por otros caminos, por ejemplo el abundante número de picados que vemos y el simbolismo de objetos y personas. Hasta su humor se vuelva más atemperado, quedando reducido aquí, prácticamente, a algunas escenas en las que aparece el personaje de Zeca (Roberto Álamo) con ese disfraz kistch de tigre.
La película es una especie de ejercicio en el que, aparte de otras consideraciones, tratadas casi de pasada, cual es el peligro de las investigaciones privadas que logran eludir los compromisos éticos en materia de investigación biológica, se ve una especie de proceso inverso de la transexualidad, en el que el personaje trata de acomodar su condición interna al nuevo aspecto físico que le han proporcionado.




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