martes, 14 de marzo de 2017

UN HOMBRE CON SOTANA (AMBROSIO ERANSUS)

El final de la Guerra Civil Española fue campo abonado para que desalmados de todo tipo, campasen por sus respetos, sembrando odio y muerte allí por donde pasaban.
El teniente coronel de la Guardia Civil Manuel Gómez Cantos, cuya hoja de servicios previa al llamado Alzamiento Nacional está salpicada de insubordinaciones, palizas o deudas, se aplicó a la tarea de limpiar aquel pasado a base de terror.
Denostado dentro de la propia Guardia Civil, aquel psicópata sanguinario, no había dudado a la hora de mandar a la otra vida, incluso a sus propios compañeros cuando sospechaba un atisbo de republicanismo, como hizo con un cabo, escribiente en su compañía, cuando se enteró de que había tardado quince días en pasarse desde el lado republicano al nacional.
Gómez Cantos regresó a Cáceres (donde ya había estado durante la Guerra), en marzo del cuarenta, estableciendo en el Monasterio de Guadalupe su centro de operaciones en la lucha contra el maquis que le habían encomendado. Su método fue terror y sangre. Cuando le parecía, bien en represalia a las acciones guerrilleras, o para tratar de descubrir el paradero de los insurrectos, elegía al azar a los vecinos de tal o cual población sospechosos de ser simpatizantes de la república o por el mero hecho de ser familia o amigos de quienes lo eran o habían sido y les sometía a crueles interrogatorios para, posteriormente, enviárselos a su inseparable lugarteniente, el capitán Emiliano Planchuelo Cortijo, que era quien dirigía los pelotones de fusilamiento.
En agosto del 42, una partida de guerrilleros ocuparon La Calera, una aldea de la pedanía de Alía. Los ocupantes le dieron una paliza de muerte al alcalde falangista y se llevaron dinero de ciudadanos considerados derechistas.
La respuesta de Gómez Cantos no se hizo esperar, llevó a cabo una redada entre jornaleros y agricultores de La Calera y Alía, con el pretexto de que algo debían saber y, sin trámite legal alguno, fusiló a 24 de ellos junto a las tapias del cementerio, delante de todo el pueblo a quien vigilaba un cordón de guardias civiles.
Con la sangre de los fusilados aún caliente, se encaminó a Castilblanco con una lista de 90 nombres. Los guardias dejaron aviso en casa de cada uno de ellos para que se presentaran en el cuartelillo a poner en regla sus papeles. Pero todo lo el mundo sabía lo ocurrido en Alía, así que los requeridos se quedaron en sus casas y antes de que fueran a por ellos, avisaron al párroco local.
Este cura era D. Ambrosio Eransus Iribarren, un mocetón navarro, de Yelz (aunque en algún sitio he leído que nació en Mendioroz), en el Valle de Lizoain, nacido en el seno de una familia que tenia aquella religiosidad profunda y sentida tan habitual en la Navarra rural por aquel entonces.
Eransus quería ser misionero y para ello pretendió ingresar en el Colegio de Misiones de Burgos, pero el estallido de la Guerra Civil trastocó todos sus planes y Ambrosio marchó a la Guerra como capellán de un tercio requeté. Por su valor, acabó la contienda con el grado de comandante y tras algún otro destino, acabó recalando en Castilblanco. Cuando suceden los hechos que narramos, Eransus rondaba los 33 años y aquel día en que un desalmado con tricornio amenazaba a sus feligreses, se sintió, más que nunca, pastor de su rebaño y se encaró con el teniente coronel. Cuenta el periodista y guardia civil Jesús Mendoza que años después escuchó el relato de lo ocurrido por boca de los lugareños: «Cuando lo tuvo enfrente, le dijo: "Oye, tú, si se te ocurre molestar a algún vecino, te busco y te pego un tiro. Si tú eres teniente coronel, yo soy comandante del Ejército"».
Gómez Cantos no pudo sostenerle la mirada, seguramente adivinando que bajo la sotana, aquel personaje escondía lo que tiene todo hombre con arrestos y se achantó.
Esta es la historia, que no quiero terminar sin contar cual fue el final de Gómez Cantos, bueno, el final no, porque murió en la cama cuando era un anciano, como suele ocurrir con tantos desalmados. Pero sí que acabó siendo expulsado de la Guardia Civil, tras el consejo de guerra al que sería sometido en 1945, sin llegar ni siquiera a cumplir entero el año de prisión a que fue condenado por «abuso de autoridad».
Todo ello porque en abril del 45, un grupo de maquis asaltó el cuartelillo de Mesas de Ibor (Cáceres) y desarmó a los cuatro guardias que había en él. Gómez Cantos montó en cólera, llegó a Mesas convencido de que sus subordinados eran unos cobardes y ordenó que fueran fusilados sin más contemplaciones. Al parecer, los guardias, como quedó demostrado en el juicio, habían plantado cara a los asaltantes y uno de ellos resultó herido, muriendo más tarde a consecuencia de ello.
Pero lo curioso es que Gómez Cantos no fue expulsado por haber matado a cuatro compañeros abusando de su autoridad, al parece el obispo de Coria y el propio Primado, Plá y Deniel, consideraron intolerable que aquel desalmado les negara la confesión, y esta fue la verdadera causa de su expulsión.




6 comentarios:

  1. Bien por el navarro AMBROSIO.
    En mi pueblo tuvimos de comandante de puesto a un loco similar : el que luego fue Teniente MUÑECAS en el 23-F con Tejero. Y se dedicaba a dar palizas a quien se lo imaginaba como no "afecto al Régimen". Otro perturbado.

    Ay aquel Nacional-Catolicismo que sólo sancionaba al mayor de los criminales no por sus crímenes sino por olvidarse de dejarlos ir a un confesionario.
    Esa España sí que era bárbara, como antes lo fue la de la pre-guerra.

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    1. Cuanto terror consentido y cuanto sufrimiento. Y hay que ponerse (bueno tratar de ponerse, porque hacerlo es imposible) en el momento y la situación para apreciar el valor de personas como D. Ambrosio.

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  2. En todas las guerras y posguerras se han cometido auténticas barbaridades, pero siempre ha habido gente con garra y coraje que les han plantado cara a estos sinvergüenzas y canallas.

    Abrazo Trecce.

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  3. me ha gustado leerte encontrarte quizas
    cnocerte

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