jueves, 23 de marzo de 2017

LAS CUATRO VERDADES (LA MUERTE Y EL LEÑADOR)

La película está dividida en cuatro historias independientes entre sí, basadas respectivamente en las siguientes fábulas de La Fontaine: "El cuervo y la zorra", "La liebre y la tortuga", "La muerte del leñador", y "Las dos perdices". Todos los relatos han sido adaptados a nuestra época por un director distinto, sustituyendo a los animales por personas. La primera historia trata de un hombre que está intentando seducir a una mujer que tiene un marido extremadamente celoso. "La liebre y la tortuga" por el contrario, relata el eficaz trabajo de una mujer por alejar a su marido de otra. "La muerte y el leñador" presenta las dificultades de un organillero en las calles de Madrid. El último episodio cuenta los conflictos entre dos jóvenes que se ven obligados a pasar la Semana Santa en un pequeño apartamento de París.
La fábula que adaptan Berlanga y Azcona, es la titulada "La muerte y el Leñador", la narración de La Fontaine cuenta la historia de un leñador con muchos años y muchas fatigas a cuestas, que se da por vencido y deja caer el haz de leña y llama a la muerte. Pero cuando ésta se presenta ante él y le pregunta para qué la ha llamado, el viejo leñador le contesta que para que le ayude a recoger la leña caída.
La adaptación nos traslada a un Madrid contemporáneo y estival, con piscinas populares, terrazas en la Gran Vía y fiestas con barracas de feria.


Es una coproducción entre Francia, Italia y España y en el reparto cuenta con algunos actores muy conocidos, entre ellos Leslie Caron, Anna Karina, Monica Vitti, Sylvia Koscina, Rossano Brazzi, Charles Aznavour, Hardy Krüger, y los más cercanos para nosotros Manuel Alexandre, Agustín González, Xan das Bolas o Lola Gaos, entre otros.


Hablemos de la parte que rodó Berlanga, "La muerte y el leñador": Un organillero (Hardy Kruger), que como ciudadano está en regla pero como industrial es un auténtico desastre, ve impotente cómo un guardia le requisa el manubrio del instrumento con el que se gana la vida tocando para los paseantes. Todos los intentos de recuperarlo en la oficina de requisas resultan infructuosos. Además, como no tiene dinero para pagar las multas acumuladas, pide ayuda a su amigo Casto (Manuel Aleixandre), un carterista que está intentando rehabilitarse, que en vez de un manubrio, roba unos binoculares que le resultan más rentables, así que nuestro protagonista, ha de buscar el remedio por sí mismo y trata de hacerse con un manubrio intentando robarlo del camión de bomberos de un tiovivo, pero le pillan y los feriantes le dan un escarmiento. Tras fabricarse él mismo una manivela, se ve obligado a deshacerse del burro sacrificándolo, pero el dinero que le dan en el matadero, no le alcanza para comprar otro. Ante tanta adversidad, decide suicidarse colgándose de un poste de la luz. Es entonces cuando aparece la muerte a través de uno de sus ayudantes, un conductor de carroza fúnebre. El final, como pueden suponer, es similar al de la fábula.


Además del aire costumbrista (sobre todo de la primera mitad), en la segunda parte comienzan a aparecer algunos elementos surrealistas. Por ejemplo, en la piscina pública en la que el burro se orina, aparece un hombre-rana con su fusil subacuático, preocupado por las infecciones en un recinto lleno de críos; o la imagen del organillo remolcado por la carroza fúnebre en medio de un desolado paisaje...


Seguramente no es de los mejores guiones de la pareja Berlanga/Azcona, que además han de meter la historia que han imaginado en un metraje muy limitado en el tiempo (menos de media hora), Berlanga pasa un poco de la moraleja de La Fontaine e introduce un estrambote final para remarcar su crítica al poder, contra el que arremete, criticándolo en todas sus formas, pero sobre todo contra sus representantes más directos: guardias de tráfico, funcionarios, monjitas y hasta el encargado de la piscina pública.
La película en su conjunto es un curioso experimento cinematográfico con resultados desiguales.
Como anécdota, contar que Berlanga había pensado en José Luis López Vázquez para el papel del organillero, pero por cosas de la coproducción, le impusieron a Hardy Kruger, un tipo que solía hacer de oficial nazi en el cine, rubio y ojiazul que actuaba, caminaba y hablaba como uno de las SS, es decir, el menos indicado para hacer de organillero castizo. Para arreglarlo, a Berlanga no se le ocurre otra cosa que teñirlo de albino y resulta que así tenía un aspecto más ario todavía. Además Kruger se reveló como un histrión pretencioso y pedante. Así que mira por donde, Berlanga deseando a López Vázquez y el papel lo acaba haciendo un oficial de la Gestapo. 




2 comentarios:

  1. Con esos directores y ese reparto de actores la peli tiene que resultar amena a la fuerza.
    La idea de crear imágenes cinematográficas con fábulas famosas casi nunca ha resultado feliz.

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    1. Probablemente la parte de Berlanga y la última, sean las más entretenidas.

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