miércoles, 22 de marzo de 2017

EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LOS CABALLOS

Robert MacLean (Sam Neill), un cotizado abogado neoyorkino y su esposa poseen una espléndida casa de campo donde su hija Grace (Scarlett Johansson), una adolescente feliz y apasionada por los caballos, dedica su tiempo libre a cabalgar sobre Pilgrim. Sin embargo, un aciago accidente trunca brutalmente este idílico mundo, cuando Grace y su amiga Judith (Kate Bosworth), que dan un paseo, suben sobre sus caballos una empinada pendiente nevada, el caballo de Judith resbala arrastrando a la chica y van a parar a la carretera. Mientras Grace intenta ayudarla, son atropelladas por un camión que patina en la nieve y queda sin control. Judith fallece, Pilgrim resulta herido y se convierte en un animal ofuscado y agresivo. Grace, también herida, no soporta verlo en ese estado y pierde la ilusión de vivir, sumiéndose en el ostracismo. 
Annie (Kristin Scott Thomas), la madre de la joven, intuye que la recuperación de su hija pasa por la de Pilgrim y, desesperada, decide pedir ayuda a un hombre muy especial: Tom Booker (Robert Redford), de quien se dice que posee un don para comunicarse con los caballos y sanar su espíritu.
Grace, Annie y Tom, arrastran, cada uno de ellos, sus propios fantasmas y a medida que  transcurre la historia y pasan más tiempo viviendo en esos inmensos espacios abiertos del rancho, el proceso de sanación del caballo, incluye cada vez más a estos tres personajes. 


Basado en el libro "El hombre que susurraba al oído de los caballos", de Nicholas Evans. Pocas veces una novela de un autor desconocido había despertado tanto interés: Robert Redford adquirió los derechos cinematográficos tras leer el manuscrito aún inacabado, la crítica reconoció unánimemente su extraordinaria factura literaria y los lectores la convirtieron en un best seller internacional. Pero es que sobre esta magnífica novela, Redford y el director de fotografía, Robert Richardson, colocan un escenario tan impresionante como telón de fondo que en realidad nos vemos sumergidos y casi barridos por el melodrama, mientras logran hacer, no obstante, gran cine.


Con estupendas interpretaciones, al lado de la historia de la recuperación del caballo, vivimos una tierna, historia romántica, dulce y dolorosa a un tiempo, que no deja de recordarnos otra gran película de este género: Los puentes de Madison, por el tipo de tratamiento que le da a la historia de amor, por la edad de sus protagonistas y por el desenlace agridulce en que parece que la razón se impone al corazón. Desde luego los amantes de este tipo de historias disfrutarán con el film y los de lágrima fácil, seguramente dejarán escapar alguna que otra.
El film sabe sacar mucho jugo a los maravillosos paisajes naturales, con muchas secuencias que son verdaderas postales en movimiento, pero además tiene alguna que otra escena muy lograda, como la del baile entre los dos protagonistas, una maravilla de relato sin palabras, puramente visual, de una profundidad asombrosa.
Partiendo de la vieja tradición norteamericana de los "susurradores de caballos", el film recrea una historia de profundas connotaciones humanas y recupera los sólidos valores que la frenética sociedad actual parece haber olvidado. La solidaridad entre las personas, la armonía con la naturaleza y la fuerza de los sentimientos subyacen como motor de esta historia inolvidable.
Por cierto que tras esa tradición mencionada de los susurradores de caballos, hay una leyenda, como tantas otras con visos de realidad, que dice que algunos nativos norteamericanos domaban a los caballos saltando sobre su lomo y mordiéndoles la oreja, de este modo, el caballo acababa comprendiendo que cuanto más sacudiera la cabeza, peor sería el dolor a soportar. Algunos blancos que observaron estas escenas, no comprendieron bien lo que estaban viendo y pensaron que aquellos jinetes estaban susurrando al oído de los caballos.
De hecho, durante el film, en ningún momento el protagonista susurra al caballo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario