La hija de un empresario que vive en una ciudad del Medio Oeste norteamericano, desaparece mientras está en California asistiendo a un congreso de juventudes calvinistas. Un detective privado contratado por el padre, encuentra una pista que lo lleva al mundillo de las películas porno. A continuación, el padre, descontento con el trabajo del detective, le despide y emprende un desesperado viaje con la intención de recuperar a la joven.
Jake Van Dorn (George C. Scott), además de empresario, es un hombre de fuertes convicciones calvinistas, perteneciente a la Iglesia Reformada Cristiana Holandesa. Esta es la historia de un viaje con dos vertientes: La búsqueda de su hija y su propio viaje introspectivo, por un lado, y hacia un mundo desconocido, por otro.
Muy bien ambientada, al principio del film contemplamos los blancos paisajes nevados, los servicios religiosos, o las reuniones familiares de Acción de Gracias, como símbolo de ese mundo níveo y puro en el que viven encerradas estas familias de rígidas y profundas creencias, alejadas del pecado de tantas Sodomas y Gomorras como les rodean, que apenas les llegan a través de la televisión que el anciano tío les apaga a los niños reunidos alrededor de ella: La televisión la hacen esas personas que vivían aquí y no me gustaban y marcharon a California y siguen sin gustarme, argumenta.
Cuando Jake Van Dorn sale a ese otro mundo en busca de su hija, el paisaje cambia de manera radical: calles sucias, tugurios malolientes, ambientes oscuros apenas iluminados por los neones de colores que anuncian espectáculos de contenido sexual, chulos, prostitutas...: El pecado. Ese mundo oscuro que como le dice el detective al protagonista, existe y quizá usted no debería conocer. A esa situación tan incómoda, se enfrenta el recto calvinista en busca de una hija a la que presta atención cuando la pierde, al fin y al cabo como hacen (como hacemos) tantas personas cuando únicamente valoran lo que tienen cuando lo pierden.
Película en la que no ha lugar para el aburrimiento a través de una historia que transcurre con soltura, aunque no siempre con el mismo interés, diálogos intensos que, en ocasiones, no están exentos de un humor mordaz, con momentos en los que dialogan Jake (magnífico e intenso George C. Scott) y Niki (Season Hubley), la prostituta que le ayuda a encontrar a su hija, que quizá protagonizan las mejores escenas del film.
Una lástima ese final condescendiente y, aunque el presidente de Columbia, Daniel Melnick, fue quien le dijo a Paul Schrader que cambiara el final previsto, él asume la responsabilidad y ha manifestado su convencimiento de que con esa concesión estropeó la película.
Hola Trecce!
ResponderEliminarOtra interesante película que me acabas de descubrir y que ya estoy deseando ver. George Scott no suele defraudar, desde luego la historia promete. Es muy curioso el poster y la importancia que cobra esa frase.
Saludos!
Un gran intérprete Scott, sin duda.
EliminarEsa confrontación entre virtud y pecado es algo muy típico del cine de Schrader.
ResponderEliminarAsí es.
EliminarEse estilo desgarrado adscrito al universo de reminiscencias calvinistas del realizador tuvo en este film una potente exposición en imágenes de gran dureza que narran esa autopunitiva zambullida en la sordidez y las cloacas. Un estricto sentido de la medida en la puesta en escena y el espléndido trabajo de George C. Scott, salvan al film de una posible catástrofe.
ResponderEliminarLástima, ignoro el final que deseaba el director.
Schrader saca a relucir aquí algunos de sus propios fantasmas.
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