Puede parecer curioso el escenario a que nos traslada Galdós en esta novela, la ciudad leridana de Solsona, en la Cataluña profunda. Pero es que allí vive uno de los protagonistas de esta novela, Pepep Armengol, a quien llaman Tilín, sacristán, desde que era un niño, del convento de San Salomó, regentado por monjas dominicas.
Prendado, primero sin ser muy consciente de ello y, más adelante con pleno conocimiento, de una de las monjas, la hermana Teodora de Aransis, joven y bellísima señora descendiente de una familia de cierto abolengo, Tilín quiere deslumbrar a la monja con algún hecho que le de fama y se enrola en las fuerzas rebeldes que se han levantado contra lo que ellos consideran un reinado pusilánime, disculpa que le sirve a Galdós para mostrarnos uno de los acontecimiento más chuscos y en buena parte, vergonzantes de la historia española, la conocida como Revuelta de los Malcontents, que se extendió por buena parte de Cataluña (Vich, Cervera, Valls, Reus, Talarn y Puigcerdá, y permanecieron asediadas Cardona, Hostalrich, Gerona y Tarragona). Los sublevados, ultraconservadores de la Cataluña interior, a los que se unieron correligionarios del País Vasco y Aragón, querían el retorno de la Inquisición, entre otras lindezas y un estado más apegado a las convicciones religiosas, acusando a Fernando VII de tibio y mal aconsejado que había ido relajando la defensa a ultranza de la religión y el absolutismo más férreo. Todo esto fue el antecedente directo de las guerras carlistas que asolarían el territorio nacional durante las décadas siguientes.
Es curioso constatar que aquellos territorios que defendían una idea cerril del estado y estaban en contra del progreso y a favor de la más trasnochada concepción de la religión, coinciden casi punto por punto con los que hoy defienden con uñas y dientes el separatismo o el foralismo más desfasado, engreído e intransigente con quienes no comulgan con sus ideas, en ocasiones, hipócritamente disfrazados de progresistas en una de las más cómicas, si no fuera por lo trágico de las consecuencias, de las burlas que tenemos que aguantar bajo el amparo de un puñado de votos que a veces necesitan los partidos gobernantes a nivel nacional para seguir en la poltrona.
Toda esta situación y las desgracias a que dio origen, primero a manos de los llamados realistas y más adelante con la contraofensiva capitaneada por el Conde de España, lo retrata con su habitual habilidad y certeza Galdós.
El amor imposible y folletinesco de Tilín, rechazado de plano por Sor Teodora, toma un giro final en el que el antiguo sacristán se verá camelado por la monja para salvar al hombre que la ha tocado el corazón, un tal Jaime Sirvent, del que sabemos, gracias a la habilidad narrativa del autor canario, sin que nos lo diga expresamente hasta el final de la novela, que se trata en realidad de Salvador Monsalud, el personaje que sirve de hilo conductor a los episodios de esta segunda serie. Resulta curioso el modo sutil y delicado con que Galdós trata el enamoramiento que soporta la monjita por los influjos de este caballero que, huyendo de sus perseguidores, se cuela en su celda monacal. Un amor reprimido y torturador en el que el novelista hace gala de nuevas y casi sublimes formas expresivas.
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