Inés Conradi (Sandra Hüller) trabaja en una importante consultora alemana establecida en Bucarest. Su estresante vida está perfectamente organizada hasta que su extrovertido y bromista padre Winfried (Peter Simonischek) llega de improvisto y le pregunta ”¿eres feliz?”. Tras su incapacidad para responder, sufre un profundo cambio. Ese padre que a veces estorba y que la avergüenza un poco, le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida gracias a un personaje imaginario: el divertido Toni Erdmann.
La película navega entre el drama y la comedia de forma paralela. El drama que vive la protagonista que es el de su propia existencia derivada de su trabajo como ejecutiva de segunda fila de una gran empresa que en cada nuevo contrato se juega el ser o no ser, sin que valga de nada lo que has hecho hasta entonces. Una vida laboral que repercute en la privada y en la que los triunfos constantes, el éxito para conseguir nuevos negocios, solo sirven para seguir adelante y un solo fracaso te puede enviar al banquillo de los reservas directamente. Todo el día colgada del móvil sin apenas tiempo para desarrollar otros aspectos de su vida.
En esto, su padre, un tipo peculiar, decide ayudarla de una manera no menos llamativa, apareciendo en los momentos más inesperados e inoportunos para Inés, en medio de cócteles de trabajo, de reuniones de empresa o de visitas a posibles socios. Y lo hace bajo la personalidad de un ser imaginario, Toni Erdmann, un personaje estrambótico, con peluca y prominentes dientes postizos con el que se presenta como coach de ejecutivos o como el mismísimo embajador alemán en Bucarest, rompiendo la dinámica diaria de su hija, haciéndola sentir incómoda y avergonzada al principio, hasta que capta el mensaje que su padre le está enviando de que estamos en la vida de paso y a veces hay que hacer un punto y aparte.
La película no es para el gran público, creo yo, en primer lugar por su larga duración, son casi tres horas y eso puede hacer desertar a quien no enganche con la historia y su manera de contarla y, en segundo lugar, la forma narrativa elegida por Maren Ade, puede no ser apta para cualquier espectador, de hecho hay mucha gente que no acepta el tono de la película y la considera una vacuidad pseudointelectual.
A mí no se me ha hecho larga, pero entiendo perfectamente a quienes no guste esta parábola sobre el mundo moderno, sobre las relaciones de este padre y su hija y la calma con que nos plantea las situaciones.
Con inspirados diálogos, el film juega con el absurdo en muchos momentos, pero como un recurso más y no para sorprender al espectador. Una película llamativa, diferente y que, para quien conecte con su forma y pueda llegar a su fondo, resultará una delicia.
A mi me gustó mucho, de hecho fue de las que más me impresionaron en el festival de Sevilla cuando se estrenó. Acabo de revisar el palmarés y ganó el premio del público. Y coincidimos: "Una delicia para el espectador a pesar de sus larga duración" fue lo que escribí en el arranque de la reseña.
ResponderEliminarAunque entiendo a quienes se les haga pesada o aburrida, a mí me gustó y es que si no aprecias ese particular sentido del humor con que está narrada la historia, seguramente no le sacas el jugo que tiene.
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