martes, 19 de mayo de 2020

EL TERROR DE 1824

Decimoséptimo de los Episodios Nacionales y séptimo de la segunda serie, está ambientado en la llamada Década Ominosa (1823-1833), el periodo en que el absolutismo más furibundo reinó en España una vez rescatado Fernando VII de su confinamiento gaditano.
El tirano y quienes le servían se mostraron despiadados, no solo con sus enemigos, sino contra todo aquel que fuera lejanamente sospechoso de abrigar ideas liberales. El decreto promulgado el 9 de octubre de 1824, condenaba a la pena de muerte, como reos de lesa majestad, a los que se hubiesen declarado o declarasen enemigos de los derechos del Rey o partidarios de la Constitución, así como quienes escribiesen papeles o pasquines con el mismo objeto y los que promoviesen alborotos dirigidos a cambiar la forma de gobierno. Según este decreto de 1824, también se castigaba con pena de muerte a quienes gritasen «¡Muera el Rey!», a los masones, comuneros y otros sectarios, y a quienes profiriesen voces o frases subversivas como las de «¡Viva Riego!», «¡Viva la Constitución!«, «¡Mueran los serviles!», «¡Mueran los tiranos!» o «¡Viva la libertad!».
El ambiente de verdadera saña contra quienes eran considerados enemigos del absolutismo, dio lugar a toda clase de venganzas personales mediante delaciones de las que se hacían eco las comisiones militares designadas al efecto de combatir todo viso de liberalismo y que acabaron con la vida de cualquiera que fuera considerado enemigo de la monarquía absoluta aunque, en muchas ocasiones las pruebas fueran endebles o los considerados delitos, lo fueran de calidad ínfima. Estas comisiones eran juez y parte en los simulacros de juicio y sometieron a muchos de los encausados a todo tipo de torturas equiparables a los peores tiempos de la Inquisición. Galdós nos traslada toda la miseria, la represión y el miedo a que estaba sometida gran parte de la población con un realismo que hace sentir al lector asco y vergüenza pos los hechos narrados. Uno de los protagonista es un personaje que existió, Francisco Chaperón, un político y militar, que dirigió la Superintendencia de vigilancia pública tras la restauración absolutista, que aparece retratado en la novela como un destacado ejecutor de la represión y en cuyas manos caen Don Patricio Sarmiento, el viejo maestro liberal y su protectora, Solita que, ausente Salvador Monsalud de Madrid, ejerce de correo entre los liberales que han quedado en España. El detalle con que Galdós muestra el terror, el abuso y la injusticia imperante hace que el lector se sumerja como si en él estuviera, en un mundo de lóbregos calabozos de los que se entra para no salir si no es para ser conducido, bajo la burla pública, a la madrileña Plaza de la Cebada, donde se alza el ominoso cadalso en el que son colgados los reos de muerte.



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