jueves, 8 de febrero de 2018

EN PECADO (THE LITTLE HOURS)

Massetto (Dave Franco), joven y guapo, forma parte del servicio del castillo de Lord Bruno (Nick Offerman), lugar del que ha de escapar por una ventana, pues su apostura le llevó a disfrutar los favores de Francesca (Lauren Weedman), esposa de su señor, que ahora trata de dar con el para castigar su desvergüenza y lavar su honor.
Massetto se refugia en la seguridad del bosque en el caluroso y pacífico verano de 1347. Allí conoce casualmente al padre Tommasso (John C. Reilly), un tipo jovial y misericordioso que no duda en ofrecerle amparo en el convento del que es capellán, con la condición de que se haga pasar por sordomudo.
Sin embargo, la tentadora presencia de Massetto, provoca la natural e inevitable alteración en el ya frágil equilibrio de esa especie de reino femenino que es el convento, con su represión sexual y su tediosa forma de vida de la que las monjas buscan escapar, representando la presencia de Massetto, una ocasión tan buena como cualquier otra.
Quizá esta sea la manera de que las jóvenes hermanas enclaustradas, descubran lo que les ha estado vetado y se han estado perdiendo durante todos esos años en que han dedicado la flor de su lozanía a realizar humildes trabajos y a acercarse a Dios mediante la oración.


El guión se inspira en uno de los cuentos contenidos en El Decameron, libro del siglo XIV, un clásico de la literatura erótica del que es autor Giovanni Boccaccio di Certaldo.


Sucesión de escenas monjiles y conventuales que pretenden ser graciosas, sin apenas conseguir la más leve sonrisa, pues ni siquiera saca buen partido de los enredos, con unas hermanas que utilizan un lenguaje rayano en el fucking, con el que seguramente se han creído muy modernos e innovadores, pero que no pega para nada.
Un pecado contra la obra de Boccaccio es lo que resulta esta película bastante prescindible.




4 comentarios:

  1. La película no la he visto, en cuanto a los cuentos hace tanto que los leí, que ya ni me acuerdo.

    Salud Trecce.

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  2. Durante muchos siglos, una gran parte de quienes entraban como monjes y monjas en los claustros no lo hacían por verdadera vocación religiosa, sino porque esta era una de las pocas formas que un individuo tenía de escapar de la miseria que atenazaba a la mayor parte de la sociedad; allí dentro el sustento estaba garantizado.
    Hasta el siglo IX, en España, existían los llamados monasterios dúplices, esto es, en los que residían simultáneamente monjes de ambos sexos, que viviendo la mayor parte del tiempo en dependencias separadas, compartían los oficios religiosos. Las altas instituciones eclesiásticas nunca vieron con agrado este tipo de monasterios, pues no se les escapaba que, a efectos de concupiscencia, “donde está la ocasión, está el peligro”.

    No les faltaba razón, los encuentros entre monjes y monjas para practicar relaciones sexuales estaban a la orden del día, amparados en la oscuridad de la noche, los mil recovecos de las construcciones monacales y la complicidad de quienes “cojeaban del mismo pie”.

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    1. Y en las crónicas de la Alta Edad Media, se habla de los curas, sus mujeres y sus hijos, hasta que la Iglesia impuso el celibato para sus ministros.
      Lo cual no quiere decir, como todos sabemos, que no siguieran haciendo de su capa un sayo.

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