Finalizada su primera novela "El final de Norma", en 1871 publicó estos artículos de costumbres editados con anterioridad en la prensa periódica, bajo el título de "Cosas que fueron", en forma de relatos breves, con los que demuestra su habilidad como narrador.
Su amigo Ramón Rodríguez Correa, en el prólogo a la primera edición, define su contenido, como esperanzas convertidas en realidades, reflejos de aquella época que fue la juventud del autor, la mía, la de todos los que hoy van encaneciendo; sueños que, gracias al milagro de la Imprenta y a la fantasía del narrador, jamás perderán su magia; muertos que vivirán siempre; artistas que conquistarán inextinguibles aplausos; sucesos idos que no pasarán nunca; retratos que no se borrarán jamás; frases, suspiros, notas, líneas, países, aventuras, galanteos, puerilidades, llantos, risas, profecías, historias, toda un alma rica de ilusiones y de observación, de gloria y de sentimientos; toda una colección de años encerrados en un libro, siempre frescos y coloreados con su vigor primitivo, a la manera que el transparente y bruñido cristal encierra en corto espacio olorosas y puras las mil flores cuyos gérmenes, esparcidos por el extenso llano, nacieron al beso del ardiente sol de un día de primavera.
Hay un pasaje en uno de los textos que componen el libro, titulado "Cartas a mis muertos", concretamente en el capítulo V del mismo, que me ha llamado la atención, pues por desgracia, sigue vigente en cierto modo: Seguimos despreciados por toda Europa y por toda América. Los marroquíes y los mejicanos siguen insultándonos impunemente. Ni Portugal ni Gibraltar han sido reincorporados a la madre España.
Juzguen Vds. mismos, no es que las cosas sigan igual, es que han ido a peor, pues si Alarcón se lamenta de que ni Portugal ni Gibraltar hayan sido reincorporados a España, desde entonces nos hemos quedado sin Cuba, Filipinas y Puerto Rico, entonces territorio español y, en lo demás, pues estamos parecidos, si acaso cambien México por Venezuela o Argentina.
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