No podía ser de otra manera, el autor que concibió la vida como un viaje, refleja en este libro, en el que están reunidos algunos de los viajes que realizó por territorio español, el gusto del viajero erudito y curioso que no se conforma con un desfile de piedras y paisajes, sino que va más allá, a la búsqueda de tipos y personajes, dando forma y vida a quienes habitan el cuadro, sin perjuicio de degustar la belleza del lienzo en el que viven.
Se puede estar más o menos de acuerdo en las percepciones del escritor granadino, las de tipo moral me han parecido peregrinas, por trasnochadas, incluso para el tiempo en que fueron escritas, pero es indudable que entre ellas predominan las del escritor observador y cultivado que reniega del gusto por la piqueta imperante en la época, como él señala, seguro que el afán de derribo vendrá bien, no a la higiene de la ciudad, sino a quienes tienen intereses puramente comerciales, pero se perderá la historia que llevan encerradas aquellas edificaciones y monumentos derruídos por siempre jamás.
A esta, se unen otras opiniones y argumentos que resultan, no sólo acertados, sino modernos, adelantados al momento, como provenientes de persona que diríamos llanamente "leída y escribida", aún más, de persona con visión para estos asuntos y que no se queda en modas o en corrientes contemporáneas. Recuerdo ahora la crítica que hace a la terraza construída sobre la salmantina Torre del Clavero, pero también en otros casos similares, apelando al buen gusto y sano juicio de sus propietarios para que efectúen los correspondientes arreglos conforme al respeto por el original, siempre que sea posible. Así suplica en esta ocasión a su amigo el marqués de Santa Marta, propietario del edificio, que mande derribar aquel detestable apéndice "Los fueros del arte, mi querido don Enrique, son superiores a los derechos del individuo", argumenta.
De entre todos los viajes, por razones sentimentales y de conocimiento profundo de ambos territorios, he leído con especial agrado su visita al Monasterio de Yuste y los dos días en Salamanca, pero todo el libro, como digo dejando aparte la conformidad o no con sus comentarios, tiene el valor añadido de ser el retrato de una época ya fenecida, como si de fotografías escritas se tratara, escrito en primera persona por quien allí estuvo y disfrutó de sitios y lugares, en algunos casos desaparecidos, en otros muchos, aún a nuestro alcance y para los que puede servir de perfecta guía esta amena publicación.