Mia (Katie Jarvis), una agresiva adolescente de 15 años, vive en un barrio obrero de los suburbios de Essex con su madre, Joanne (Kierston Wareing), y su precoz hermana pequeña Tyler (Rebecca Griffiths).
Ha sido expulsada del colegio y mientras espera su admisión en un internado, se supone que una especie de reformatorio, pasa sus días sin rumbo.
Mantiene una incomoda relación con el novio de su madre, el atractivo e ingenioso Connor (Michael Fassbender), que la alienta a que desarrolle su interés por el baile.
Desde el comienzo él se porta muy bien con ella y con su hermana pequeña, pero a pesar de ello, a Mia no le gusta que su madre pretenda meterle en sus vidas.
La película obtuvo varios galardones y estuvo nominada a unos cuantos más en diversos festivales y premios cinematográficos, entre ellos, Cannes, los Premios del Cine Europeo o los BAFTA.
Su protagonista, Katie Jarvis, cuya interpretación ha sido unánimemente elogiada y que estuvo también nominada a varios premios como actriz revelación, no tenía formación artística previa y fue elegida por un director de casting tras verla pelear con su novio en una estación de metro, así que su papel en el film, debe tener bastante que ver con su propia forma de ser en su vida privada.
Katie es una adolescente de 16 años peleada con sus amigas, con su madre, con su hermana, con el colegio y con el mundo en general. Hasta aquí el típico planteamiento de adolescente que está en lo que los adultos calificamos como una edad peligrosa y que hemos visto multitud de veces llevado a la pantalla, sin embargo la británica Andrea Arnold, directora y guionista del film, sabe escapar de los estereotipos y trampas de este tipo de historias para ofrecernos un film que puede ser perfectamente calificado de neorrealista en el que la cámara sigue casi de forma continuada a la protagonista por paisajes que nos resultan totalmente reconocibles, un hogar desestructurado y un entorno urbano típico de suburbio de gran ciudad.
No hay lecciones de moral, el espectador es el que juzga aunque previamente, la realizadora ha sabido llevarnos al terreno de la empatía con Katie pese a su carácter díscolo, problemático y peleón.
Aunque en general la cámara busca más adentrarnos en la realidad del entorno y de los propios personajes, ello no impide que surjan en ocasiones algunos planos en los que queda patente la belleza formal de un paisaje poco dado a ella, pero del que sabe sacar provecho estético, aunque ya digo que no parece que ese sea su principal objetivo. La introducción del elemento masculino que distorsiona aún más la complicada relación de las tres mujeres contribuye a sacar al film de los estereotipos del género y construye una historia paralela que tiene gran importancia en el conjunto y que da pie a alguna conclusión sociológica. Por ejemplo, cuando Katie se lleva con ella a la pequeña hija de Connor y, en su rabia, está a punto de matarla, el padre, tras regresar la pequeña al hogar, persigue a Katie y le propina un fuerte bofetón en el que descarga todo el miedo que ha pasado y, en cierto modo, advierte a la adolescente de lo pernicioso de su conducta, pero él parece no sentirse culpable por el mal que ha hecho a la chica, seguramente con consecuencias psicológicas más graves que las que ha sufrido él mismo.
Maravillosa la escena, casi al final de la película en que las tres mujeres, la madre y las dos hijas, bailan en el salón de casa.
Película interesante y fresca que aporta un toque de originalidad al tema gracias a la cuidada sencillez en su planteamiento.
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