jueves, 6 de febrero de 2020

LA CINTA BLANCA

Desde julio de 1913 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), una serie de incidentes tienen lugar en un pequeño pueblo protestante del norte de Alemania.
Sucesos extraños que, poco a poco van tomando la forma de una especie de castigo ritual: Un caballo tropieza con un cable atado entre dos árboles y tira al jinete que no es otro que el médico de la localidad; una mujer cae y muere a través de las tablas podridas de una de las dependencias de la granja del barón local, para quien trabaja; el hijo del barón aparece atado boca abajo en un molino, tiene los pantalones bajados y marcas de haber sido azotado; los padres abofetean e intimidan a sus hijos; el médico a que hacíamos referencia al principio, tras volver a casa restablecido de sus graves heridas, se muestra cruel con su sufrida amante, la partera del pueblo y madre de un hijo con retraso mental que también será atacado por desconocidos y puede que pierda la visión para siempre; este mismo médico abusa sexualmente de su hija...
Un profesor inexperto, que imparte clases en la escuela del pueblo y corteja a una niñera en la casa del barón, narra la historia e intenta investigar las conexiones entre estos accidentes y crímenes. ¿Qué presagian? ¿Son los niños santos inocentes? Dios puede estar en su cielo, pero no todo está bien en el mundo; la situación parece irse tornando insostenible.


Aunque los niños de quienes acaba sospechando el maestro, pertenecen a la generación que después abrazará el nazismo, Michael Haneke ha declarado en repetidas ocasiones que, si bien eso es intencional, las ideas en la película están destinadas a aplicarse no solo al fascismo, sino a cualquier forma de radicalismo, incluido el terrorismo.


La película es un cuento, un relato que no tiene final claro, ni respuestas a todas preguntas que plantea. Algo habitual en Haneke, quien gusta de hacer reflexionar al espectador y que sea él mismo quien busque esas respuestas.
Eso sí, el cuento a que nos referimos, es de terror. Un terror que no está precisamente en los "accidentes" que van ocurriendo, sino en el día a día de las gentes de este pueblo ficticio. El terror que viven en sus propias familias, en las que los padres toman decisiones realmente aterradoras para un niño; en el mismo terror que viven los habitantes del pueblo respecto al barón, al que respetan, porque les da trabajo, pero también temen, precisamente porque contrariarle puede llevarles a perder su medio de vida.
La película ha sido tachada de determinista, porque parece que apuesta porque determinadas actitudes violentas o sádicas nos pueden venir impuestas por el ambiente y la educación recibidos, como si el libre albedrío de cada cual no valiera para nada y fuera el destino el que marcara sus reglas.
Pero como decimos, esto es un relato, si se quiere, un ejemplo, una búsqueda de una posible explicación a por qué los hombres nos empeñamos en ser perversos con nosotros mismos y nuestros semejantes, con lo que puede que tenga algo de exagerado. Pero no es menos cierto que, en ocasiones, el destino parece escrito y que hay cosas en el origen de cada uno de nosotros que pueden marcarte, aunque no es menos cierto que otras personas en iguales circunstancias, encuentran un camino para ser personas de bien, cuando no realmente ejemplares.
La película está cargada de simbolismo y quizá su principal mensaje es que cuando miramos para otro lado ante cosas graves que ocurren a nuestro alrededor, bien porque son lejanas en el espacio o en el tiempo, o sencillamente porque no nos afectan directamente, estamos formando parte de aquella legión que cuando todo aquello que se ha ido larvando poco a poco, eclosiona, dicen aquello tan socorrido de: No lo vimos venir.




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