lunes, 24 de febrero de 2020

LA ÚLTIMA ORDEN

En los últimos días del régimen de los Romanoff, el gran duque Sergio Alejandro (Emil Jannings), tiene en sus manos el destino de dos artistas revolucionarios, Leo Andreyev (William Powell) director del teatro de Kiev y la hermosa Natacha (Evelyn Brent), capturados por los servicios de inteligencia.
Sergio Alejandro es primo del Zar y comandante en jefe del ejército ruso en los tiempos más oscuros de la Primera Guerra Mundial. Intenta mantener un delicado equilibrio entre su patriotismo y su lealtad al Zar y su sentimiento humanista para con el resto de los hombres.
Andreyev es llevado a prisión, mientras que Natacha se convierte en amante del duque. Ella tiene toda la intención de matarlo, pero cuando surge la oportunidad, duda, habiéndose dado cuenta de que el duque es un hombre esencialmente decente que ama a Rusia tanto como ella. Llega la revolución, la república es proclamada, y Natacha ayuda al Gran Duque a escapar de los bolcheviques ideando un ardid para que pueda huír del tren en que lo llevan a una muerte segura.
La pérdida de Natacha sumerge a Sergio Alejandro en un shock nervioso, del cual nunca se recupera por completo. Años más tarde, un Sergio en un deplorable estado, se gana la vida como extra de Hollywood. Contratado para interpretar a un general ruso que dirige a sus hombres en una batalla, Sergio descubre que su director no es otro que el ex revolucionario ruso Leo Andreyev.


El guión se inspira en la historia real del general Lodijenski, un aristócrata ruso que llegó sin dinero a los EE. UU. después de la Revolución de 1917 y que para salir adelante, trabajó como extra y en pequeños papeles en algunas películas y administró un restaurante ruso.
Emil Jannings obtuvo el Oscar al mejor intérprete que se entregaba por primera vez. Este hombre, al que se llegó a considerar como el mejor actor del mundo, recibió su premio antes de la gala de entrega, pues se marchaba a Alemania de viaje, con lo que ello suponía en aquella época (1927). Tras haber trabajado en películas míticas (El último y Fausto, de Murnau o El Ángel Azul, del propio Von Sternberg), la llegada del cine sonoro fue un revés para él debido a su deficiente pronunciación del inglés con fuerte acento alemán, así que regresó a Alemania donde coqueteó con los nazis, al parecer para poder trabajar en lo que surgiera, pero esto le pasó factura y al final de la guerra, fue sometido al programa de desnazificación y no se le permitió volver a trabajar en lo que más amaba: la interpretación.


Estamos en el Hollywood de 1928, la Meca del mundo, hasta allí ha llegado Sergio Alejandro huyendo de la revolución en su país, tras unas primeras imágenes en las que le contemplamos en su actual situación, un largo flashback nos lleva a los últimos años de la Rusia Imperial, verdadero argumento del film, y la historia romántica de Sergio Alejandro y Natacha que acaba de forma trágica, para regresar, al final, al momento de la filmación de la escena para la que el antiguo aristócrata ruso ha sido contratado.
Josef von Sternberg construye una historia en la que fabrica un paralelismo entre el cine y sus aparentes oropeles y la Rusia de 1917. Hollywood es una fábrica de sueños en la que corre el dinero, pero tras esa fachada, el realizador austriaco nos muestra la desdichada vida de los extras que van en busca de las migajas del banquete y son tratados con desprecio por los empleados de vestuario (mágnifico el travelling que recorre las ventanillas en que recogen ropa y enseres) y con altanería y arrogancia por el ayudante de dirección.
Las imágenes que nos retrotraen a la Rusia prerrevolucionaria, muestran el caldo de cultivo que desembocará en la situación histórica que todos conocemos, con una clase dirigente, encabezada por el Zar, abstraída en su mundo (el Zar cree que esta es una guerra de opereta, dice el Gran Duque con ocasión de una visita al frente de Romanoff), viviendo lujosamente mientras el pueblo padece y los hombres mueren por defender unos centímetros de territorio patrio.
Stemberg no emite juicios morales, ni toma partido, nos muestra las realidades que observa, sin generalizar entre buenos y malos, de estos hay en ambas partes y si vemos a los aristócratas y oficiales rusos moverse en el lujo mientras la tropa malvive, no se queda corto a la hora de retratar a los revolucionarios, una panda de desalmados que lo único que pretenden es hacerse con las posesiones de quienes eran los ricos hasta ese momento, para seguir haciendo lo mismo que ellos hacían.
No hay humor en el film, pero nos movemos de manera constante en un tono de ironía y sarcasmo que tiene momentos culminantes muy del gusto de Sternberg, como ver al antiguo revolucionario convertido en director de cine y decidiendo quien trabaja y quien no, a quien rescata momentaneamente de la misera y a quien deja sumido en ella.
Emil Jannings construye un gran papel, complementado por una resplandeciente Evelyn Brent y un William Powell (el eterno partenaire de Myrna Loy) con menos participación, en un papel casi de mero acompañante, mientras Von Sternberg nos regala un magnífico film a la altura de sus mejores realizaciones.




4 comentarios:

  1. La vida de ese general, en la que se inspiró el guión, es de por sí una novela...Lamantablemente la ilusión revolucionaria sigue viva y activa todavía hoy

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    1. Hay quien no se entera o no quiere enterarse de qué va esto.

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