Maurice Legrand (Michel Simon), un hombre apocado, aspirante a pintor, trabaja como cajero en una empresa y está casado con Adèle (Magdeleine Bérubet), una viuda que le tiene dominado y abusa de él.
Tras una celebración de empresa, Maurice se topa en la calle con un sujeto, André "Dédé" Jauguin (Georges Flamant), golpeando a una joven llamada Lucienne "Lulú" Pelletier (Janie Marèse). Maurice protege a Lulú y la acompaña a su casa. Lulú es una prostituta y le dice al ingenuo de Maurice que Dédé es su hermano, cuando en realidad es su proxeneta.
Maurice alquila un apartamento para Lulú y ella se convierte en su amante. Pronto trae sus pinturas al apartamento, ya que Adèle tiene la intención de tirarlas. Pero Dédé vende las pinturas a un comerciante de arte por una gran cantidad, diciendo que Lulú las había pintado usando el seudónimo de Clara Wood. Cuando Maurice se topa con el ex marido de Adèle, que se suponía muerto en la guerra, trama un plan para deshacerse de Adèle.
Tiene éxito en su intento, pero cuando durante la noche va al apartamento de Lulú, la sorprende en la cama con Dédé. Se marcha y cuando regresa por la mañana para hablar con Lulú, ella revela que ama a Dêdé y humilla a Maurice, diciendo que la única razón por la que se quedó con él fue por sus pinturas y el dinero.
El guión se basa en un thriller de Georges de la Fouchardière, publicado tan solo un año antes, una novela ambientada en las calles nocturnas y decadentes de Montmartre.
La película comienza con una representación de marionetas. Un personaje asegura que el público se dispone a ver un drama social. Sale a escena otra marioneta para llevarle la contraria: Se trata de una comedia con fondo moral. Un tercer muñeco ofrece la pista definitiva: La historia no tiene moraleja ni demuestra nada; es una historia sobre él, ella y el otro, como siempre. Y así será.
Segunda película sonora de Jean Renoir y su primer gran film en este formato aún entonces balbuciente. Conserva algunos de los tics del cine mudo, sobre todo lo vemos en el personaje de Dédé, con su exageración en los gestos y en la pose, pero ya se intuyen algunas de las cosas que van a caracterizar el cine del realizador francés en adelante. La película tiene cierto aire teatral que Renoir remarca en las diversas escenas que parecen actos de una obra de teatro. Tampoco tiene empacho en detenerse en detalles aparentemente nimios y que en nada influyen en el desarrollo de la historia: el gatito en el alfeizar de la ventana, la niña a la que apenas se vislumbra al fondo de una escena tocando el piano, la vecina a la que vemos trajinar en su casa a través de una ventana, el primer plano de las cañas de cerveza que les van a servir a Legrain y al reaparecido marido de Adèle...
Contiene algunas críticas, una dirigidas al mundo del arte, concretamente a los críticos (“Usted sabe, somos nosotros los que hacemos a los pintores”, dice el crítico que examina la presunta obra de Lulú), o al sistema judicial, que juzga y condena a muerte a un inocente.
Una película con una historia triste que se contrapesa con momentos de humor, alguno de ellos verdaderamente negro, sin afán moralista, como se anuncia en el prólogo y con un final que resulta sorprendente y que tiene algo de ese toque humorístico del que hablábamos que suaviza la acidez del relato.
Me gusta más la versión de Fritz Lang, pero esta no le va a la zaga a pesar de lo primitiva que pueda parecer. En cualquier caso, muy, pero que muy recomendable.
ResponderEliminarEs de esas películas que hay que ver.
EliminarEs el sino del artista aficionado: ser chuleado por la mujer, la amante y el chulo.
ResponderEliminarAunque aquí, pagan las consecuencias de su osadía. El tonto, no lo era tanto.
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