El cínico y corrupto comisario Guthrie McCabe (James Stewart) lleva una vida cómoda en Tascosa, recibiendo el 10% de las ganancias de todos los negocios allí establecidos, con lo que complementa su sueldo de sheriff. Su amante Belle Aragón (Annelle Hayes) posee un salón con un burdel y le ha hecho proposiciones para que se case con ella; sin embargo, Guthrie es convocado por el comandante Frazer (John McIntire) del Ejército de los EE. UU., que envía una sección de caballería al mando de su primer teniente Jim Gary (Richard Widmark) para que lo lleve a Fort Grant.
Cuando Guthrie se encuentra con el comandante Frazer, este explica que los familiares de los prisioneros de la tribu comanche están presionando al ejército para que los traiga de vuelta a casa, pero los soldados no pueden invadir las tierras indias debido a un tratado con los comanches.
El siempre interesado Guthrie exige una gran cantidad para negociar con el Jefe Quanah Parker (Henry Brandon) por la libertad de los blancos cautivos, al fin y al cabo él está en esto por dinero y le importan poco otras circunstancias morales o de justicia. Guthrie viaja con el teniente Jim Gary y entre ambos rescatan a los dos últimos cautivos: un adolescente criado por los comanches y una mujer joven, Elena de Madariaga (Linda Cristal), que ha sido la esposa de Stone Calf (Woody Strode), un líder comanche, durante cinco años.
Además se encontrarán con el problema añadido de los cautivos que se niegan a ser liberados.
El guión se basa en la novela Comanche Captives, de William Everett Cook (Will Cook), publicada en 1959.
Según Ford, se hizo cargo de esta película para hacer un favor a la Columbia de Harry Conh, pese a que detestaba la película y se limitó a intentar que el personaje de James Stewart resultará lo más humorístico posible.
Es probable que quienes califican a esta película como una de las más flojas del realizador de Maine, tengan sobradas razones para hacerlo, de hecho, creo que lo es, hay una mezcla entre comedia y drama que, en mi opinión, no está demasiado bien conseguida.
Gustos aparte, se trata de una película bastante triste. Fuera de esas escenas y diálogos en los que se quiere descargar la tensión a base de un humor en ocasiones bastante grueso (pienso en la secuencia en que el personaje de Andy Devine se lía a barrigazos con los hermanos Clegg), si te paras a pensarlo, la situación de unos y otros, es digna de lástima. Eso creo que lo retrata muy bien Ford, con el monólogo de Stewart, cuando dice a los colonos con lo que se van a encontrar: unos salvajes (bajo el punto de vista de los blancos), que habrán matado y cortado cabelleras, en el caso de los niños y unas mujeres casadas y con hijos indios, en el caso de las niñas. Sus hijos, los que ellos recuerdan de cuando fueron secuestrados, murieron hace tiempo, lo que se van a encontrar, son personas que no van a reconocer.
En la película, como no podía ser menos tratándose de Ford, hay algunas escenas brillantes, entre ellas, el diálogo entre los dos protagonistas a la orilla del río, pero a mí, siempre me llamó la atención aquella en que Marty Purcell (Shirley Jones), descubre que su hermano raptado de niño, es el comanche a quien van a colgar, cuando el muchacho oye sonar la caja de música con que se dormía de pequeño y pronuncia la única palabra que recuerda de su idioma materno: ¡Mío, mío! Una de las escenas más tristes y dramáticas de la filmografía del maestro.
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