Davy (Paul Brannigan) y Ally (Kevin Guthrie) dos amigos que han servido juntos en Afganistán con el ejército británico, regresan a Edimburgo para reintegrarse a la vida civil, algo que no les va a resultar fácil. Allí se encuentran con una realidad que, en ocasiones, les resulta más dura que la experiencia dramática que han vivido, en la que han perdido amigos y a otros les han quedado secuelas de por vida. De pronto se dan cuenta que haber arriesgado sus vidas, apenas les aporta ningún tipo de reconocimiento social y se encuentran con dificultades para encontrar trabajo.
Rab (Peter Mullan) y Jean (Jane Horrocks), los padres de Davy, están centrados en preparar los festejos de su veinticinco aniversario de boda, sin embargo, la aparición de una joven, fruto de una antigua relación ya olvidada, viene a alterar la vida de ambos. Rab descubre a su hija, de la que nada sabía y algo le llama a recuperar de algún modo el tiempo perdido, pero a la vez, no desea echar su matrimonio por la borda.
Por su parte, Ally y Davy, también tienen problemas en sus respectivas relaciones. De hecho, Ally, que desea casarse con Liz (Freya Mavor), se encuentra con que ésta, no está por la labor, ya que antes desea conocer mundo y aceptar el trabajo que le han ofrecido al otro lado del Atlántico. Ally, se plantea reincorporarse al ejército.
Tras una impactante escena inicial, la película gira hacia una trama bastante convencional de historias de amor paralelas.
Sin duda, la dificultad de hacer algo diferente en un género que algunos dan por saturado, llevó a los guionistas a buscar algo original con lo que atrapar al espectador y realmente la escena de arranque supone un choque que concita la atención del espectador hasta que se da cuenta de que las cosas no van a ir por ese camino.
El argumento tiene su miga, aunque el guión no acaba de profundizar en los temas que plantea: la independencia femenina, el cambio social, los problemas de la juventud, la relaciones de pareja..., quedándose en la parte amable del mensaje.
Muy buena labor de fotografía, con unos maravillosos travellings aéreos sobre Edimburgo, mostrándonos impresionantes perspectivas de la ciudad y unas actuaciones que cumplen para lo que es film.
A mayor gloria de The Proclaimers, como musical, tiene algunas escenas con coreografías atractivas, aunque no muy conseguidas, pero que contagian optimismo, a pesar de que uno de los principales lastres del film es que las historias que Charlie y Craig Reid querían contar con sus canciones, no siempre encuentran hueco en la trama del film y están metidas de manera forzada. El apoteósico final a los acordes de I’m gonna be (500 miles), supone otro de los momentos cumbres del film y logra contagiar al espectador de una alegría que se convierte en un subidón de optimismo que, a la postre, es el recuerdo que más perdura.
Sin duda una de las mejores cosas de la película son los planos aéreos de Edimburgo que te hacen desear visitar la ciudad.
ResponderEliminarMuy bonitos.
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