Conseguida la unión de las distintas tribus mongolas, estas se preparan para la invasión del territorio chin, pueblo en el que la sagacidad de Gengis Khan, había descubierto al verdadero enemigo que, durante siglos, había estado alentando los enfrentamientos entre ellas, para así conseguir mantener sus fronteras libres de cualquier peligro exterior.
El avance implacable del ejército mongol, se ve dificultado a la hora de enfrentarse a un enemigo que se oculta tras las murallas de las ciudades, que siempre supusieron un problema para el Khan. Los Chin, cuando comprueban que, a pesar de todo, el ejército invasor supone un peligro real, tras conquistar el reino de los Xi Xia, dejan a todas las poblaciones sin tropas, expuestas a su suerte, con el objetivo de formar un gran ejército que detenga a las hordas mongolas en el paso de la Boca del Tejón, al mando del general Zhi Zhong. Viendo que su rival los superaba enormemente en número y que una vez metidos en el desfiladero, apenas iban a poder maniobrar, Gengis envía a 10.000 hombres al mando de dos de sus hermanos, Kachiun y Khasar, a flanquear al enemigo, escalando unas montañas que los Chin consideraban infranqueables. Los mongoles consiguieron que la caballería Chin regresara en desbandada a sus propias líneas, organizando tal carnicería que diez años más tarde, el terreno que rodeaba aquel lugar seguía plagado de esqueletos por espacio de casi cincuenta kilómetros.
Desde ahí, Gengis se dirigió a Yenking (posteriormente llamada Pekín y actualmente conocida como Beijing), la capital Chin, con una muralla de ocho kilómetros de circunferencia y quince metros de espesor en su base y otros tantos de altura, además de mil torres de vigilancia a lo largo de ella, cada una defendida por grandes ballestas que podían arrojar enormes flechas a un kilómetro de distancia, con catapultas tipo trebuchet (catapultas de contrapeso); además los Chin tenía pólvora y vasijas de arcilla con petróleo destilado. Asaltar una fortaleza de este tipo habría destrozado al ejército mongol, por lo que decidieron devastar los campos que la rodeaban y hacer que Yeiking se rindiera por falta de alimento.
El asedio se prolongó durante cuatro años y para cuando abrieron sus puertas y se rindieron, sus habitantes se había visto impelidos a comerse sus propios muertos.
A lo largo de toda la novela, Conn Iggulden nos sigue deleitando con su manera ágil de narrar y al tiempo que acompañamos a los mongoles en su avance, seguimos conociendo las costumbres de este pueblo de pastores y guerreros, la astucia para derrotar al enemigo, su particular sentido del honor y su capacidad de sacrificio y aguante para soportar las duras condiciones de su vida.
Relato épico y trepidante que nos acerca a una figura mítica y un tanto desconocida en el mundo occidental como es la de Gengis Khan; las páginas del libro transcurren sin descanso para el lector que se ve atrapado por la magnífica forma de narrar del autor británico.
Sí que les costó sí. Cuatro años de asedio no es moco de pavo, así que para nada es de extrañar, que los de dentro se comieran hasta los muertos.
ResponderEliminarSaludos Trecce.
Pagaron una millonada por librar a la ciudad del asedio, además, el emperador, apenas un niño, hubo de arrodillarse ante Gengis Khan a la vista de todos, con lo que esto supone.
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