El famoso director de cine Alessandro Blasetti (que se interpreta a sí mismo) busca una niña para su nueva película. Junto con otras madres, Maddalena Cecconi (Anna Magnani) lleva a su hija a Cinecittà con la esperanza de que la seleccionen y se convierta en estrella. Está dispuesta a sacrificarlo todo por la pequeña María (Tina Apicella), aunque su marido prefiera que ahorren para el alquiler en lugar de pagar a profesores, peluqueros o sobornos para alimentar sus ilusiones. En su obsesión, confía incautamente en Alberto Annovazzi (Walter Chiari), un especulador sin escrúpulos que dice tener los contactos necesarios para que María realice la prueba.
Maddalena se saca un dinero poniendo inyecciones, pero en la Italia de postguerra la vida es dura y ella sueña con que su hija no se vea obligada a trabajar de forma incansable en las tareas domésticas, ni a sufrir a un marido tirano y maltratador. Cree ver la ocasión en la prueba cinematográfica que se anuncia, pero nada sabe de ese peculiar mundo y el 'espabilado' de Annovazzi (miembro del equipo del realizador), se cruza en su camino para aprovecharse de una inocente. A cambio de acostarse con él o de pagar los gastos, conseguirá dar ventaja a la pequeña María sobre otras candidatas. La madre le entrega las 50.000 liras que con tanto esfuerzo ha ido ahorrando y que debían ayudar a comprar la casa que les saque de aquel barrio de matronas gritonas y cotillas y pisos cochambrosos en el que viven. No es mas que una estafa, ya que Annovazzi utiliza el dinero para comprar una Lambretta de segunda mano.
La niña no tiene inclinaciones artísticas, se desenvuelve con torpeza, es incapaz de apagar las velas de la tarta y llora a la hora de recitar el poema que se sabe de memoria, ante la burla de quienes contemplan la escena.
El cine siembra ilusiones en la mente de madres e hijas, haciéndoles creer que se puede triunfar sin prostituir el cuerpo, las costumbres o la imagen. Nada más lejos de la realidad: en aquel momento, el cine seguía siendo un mundo de hombres que dirigían, gobernado por financieros que producían; las mujeres eran meros instrumentos para despertar el deseo. A su alrededor gira una industria parasitaria de cazatalentos, guionistas, editores, peluqueros, sastres, fotógrafos e instructores de actuación y comportamiento. Las actrices son contratadas porque encajan en el perfil en un momento dado y luego descartadas sin piedad una vez que ya no les sirven, tras haber dejado atrás sus trabajos, prometidos y familias.
Luchino Visconti confiere al film un tono de melodrama cómico más que de tragedia que aporta ligereza a una realidad a menudo desafiante. Pero también es una crítica social cuya influencia sigue vigente, ya que los programas de telerrealidad y los concursos de aspirantes a estrellas continúan envenenando las mentes con el sueño de alcanzar los quince minutos de fama.
Una historia conmovedora, una especie de retrato de ingenuidad y dignidad a un tiempo, que la presencia de Anna Magnani, aquí un arquetipo de esa 'mamma' italiana, inunda con su presencia, la de una mujer ambiciosa y, a veces, agresiva, pero también consciente de sus dudas y su forma de ser, salpicando sus intervenciones con humor autocrítico. Su energía es frenética e incontenible, y con sus constantes comentarios y monólogos internos, demuestra, una vez más, su inmenso talento actoral.
Al parecer la gran actriz italiana era todo un volcán a la hora de interpretar y quizá aquí, en algunos momentos, esa histeria que requieren algunas escenas, se desata, tal vez un poco de contención hubiera quedado más a propósito.




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