Alto, fornido, huesudo, Julián tenía unas manazas que le estorbaban. Se sentía feo con su cabezota cuadrada y como abandonada, en estado de esbozo, después de los tanteos de un escultor demasiado rudo; y esto le volvía tímido, sobre todo delante de las muchachas.
Esta es la descripción que hace Zola de Julián Michon, el protagonista de la novela, que vive en una pequeña ciudad, cerca de Versalles y gana su sustento gracias al escaso salario que le proporciona su trabajo en la estafeta de correos local.
Julián había aprendido él solo a tocar la flauta con un viejo instrumento de madera amarilla que había comprado en casa de un trapero de la plaza del Mercado. Con las puertas y las ventanas cerradas, muy bajito para que no se le oyese, estudió, durante dos años con un viejo método hallado en una librería de viejo. Sólo desde hacía seis meses se arriesgaba a tocar con las ventanas abiertas.
Julián veía, al otro lado de la plaza, la casa solariega de los Marsanne. Un día, alguien escuchó la música desde aquel palacio, era Teresa de Marsanne. Julián sólo veía el raudal de sus cabellos, sueltos ya sobre la nuca y la voz suave que llegó hasta sus oídos en medio del silencio preguntando a su sirvienta por aquella música.
Poco podía imaginar el joven empleado de correos la existencia miserable a que le conduciría su amor por aquella mujer.
Me quedo con la parte optimista de la novela de superación y aprendizaje. El que quiere puede.
ResponderEliminarLa mejor manera de afrontar la vida.
EliminarVamos como que el pobre Julián no tuvo mucha suerte en la vida.
ResponderEliminarSaludos Trecce.
La cosa acabó bastante mal, vamos que peor no pudo acabar.
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