viernes, 23 de marzo de 2012

EL PACTO DE BERLÍN

Noel Holcroft (Michael Caine) es un arquitecto neoyorkino que emprende un apresurado viaje a Ginebra tras recibir una llamada del banquero suizo Ernst Manfredi (Michael Lonsdale) en la que le comunica que ha de darle una importante noticia que puede cambiar su vida para siempre.
Lo que le viene a decir es que tres altos oficiales nazis fueron distrayendo dinero que ingresaron en una cuenta suiza y que, con el tiempo, se ha visto convertido en una gran cantidad de millones de dólares. El deseo de los tres oficiales fue que el dinero se empleara para resarcir a las víctimas del nazismo y se pone como condición que el hijo de cada uno de los oficiales firme el acuerdo para poder empezar a manejar el dinero.
Tras este aparente deseo de redimirse, se esconden las verdaderas intenciones de los tres oficiales que eran bien distintas y que Holcroft desconoce. A todo esto comienzan a producirse una serie de atentados y muertes que complican el buen fin de acuerdo.

Tras un inicio preparado para atrapar al espectador, nos adentramos en una película en la que las expectativas se desvanecen tras el primer minuto y ya en este, nos empezamos a mosquear un poco, cuando se nos muestran unos malos decorados con cuatro montones de escombros mal plantados que pretenden semejar las ruinas del Berlín del final de la II Guerra Mundial.
La debacle se acentua en cuanto nos venimos a la época actual, aquí empieza a tomar cuerpo desde el primer instante una historia delirante y kafkiana pésimamente desarrollada.

El guión toma como base una novela de un autor de éxito, Robert Ludlum y viene firmado entre otros, por George Axelrod, guionista de Desayuno con Diamantes o La tentación vive arriba, por ejemplo.
Es uno de tantos espejismos que hay en el film, porque lo mismo que es inexplicable que el guión sea tan malo, lo es que en ella participen Caine o la pobre Lilli Palmer (que falleció poco después); o que el director sea John Frankenheimer. Quizá el caso de este, sea el único para el que hay un motivo lógico, ya que el hombre venía de pasar una racha nefasta, alejado de las pantallas, con problemas familiares y de salud muy serios.

La película carece totalmente de ritmo; los giros que toma el guión, pésimamente conseguidos; situaciones mal explicadas o descritas de manera increíble por ilógicas. A la media hora, si no te has dormido, estás desolado por ver este bodrio que no llega a la categoría de las peores películas de serie B.
Caine completa una de las peores actuaciones que le recuerdo, aún estando seguro, como lo estoy, que cumplió con todo lo que se le pidió. La última escena es un primerísimo plano que nos muestra el rostro del protagonista con las lágrimas resbalando por él.
Yo también lloré, como el que se ve liberado de una tortura.




2 comentarios:

  1. De joven y cuando había cines vi tantas películas que de muchas ya ni me acuerdo, así que esta la verdad si la he visto no la recuerdo. Pero vamos sea como fuere, por lo que cuentas si me la perdí, no me perdí gran cosa.

    Saludos Trecce.

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  2. Qué pena me ha dado esa verdad que has resumido en tres palabras: "...cuando había cines..."

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