viernes, 26 de diciembre de 2025

DIES IRAE

 


Dinamarca, 1623. Marta de Herlofs (Anna Svierkier) es condenada a morir en la hoguera acusada de brujería. Uno de sus jueces es Absalom (Thorkild Roose), un viejo sacerdote al que Marta solicita en vano clemencia, igual que la tuvo con otra mujer tiempo atrás, también acusada de brujería y a la que salvó, para casarse en segundas nupcias con su hija, la joven Anne (Lisbeth Movin) pues según la ley, las descendientes de las brujas también deben arder en una pira. Meret (Sigrid Neiiendam), la anciana madre de Absalom, desaprueba desde el principio el matrimonio. Cuando Martin (Preben Lerdorff Rye), el hijo de Absalom, regresa a casa para conocer a su madrastra, se enamorará de ella y ambos compartirán una relación prohibida que tendrá inesperadas consecuencias.


El guion se inspira en la obra de teatro Anne Pedersdotter, del novelista, dramaturgo y productor teatral noruego Hans Wiers-Jenssen, que había sido estrenada en 1908. 
Si la Inquisición española se lleva la fama, en otros lugares no han dejado de cardar lana, al menos en las mismas épocas. El juicio contra Anne Pedersdotter en 1590, fue uno de los más documentados de los numerosos juicios por brujería que se llevaron a cabo en Noruega durante los siglos XVI y XVII. Anne ya había sido juzgada y absuelta 20 años antes, pero se ve que algunos le tenían demasiada inquina para dejarla tranquila y las acusaciones y rumores regresaron en 1590, esta vez no hubo salvación. 
Si se leen los cargos y los testimonios, resulta tan espeluznante como vergonzoso (claro que hay que ponerse en la época) que se diera pábulo a tanta superchería: Matar a cinco o seis personas, entre ellas un niño; matar a un peral (sic); volar para asistir a las reuniones de brujas de Lyderhorn, en las que planeaban desastres naturales que solo evitó la intervención de un ángel blanco y otras lindezas semejantes.


Filmada durante la ocupación nazi de Dinamarca, hay quien ve en la película de Carl Theodor Dreyer una sutil metáfora sobre el régimen nazi equiparándolo con la creciente represión social y la paranoia vivida en Noruega en la época de la caza de brujas en aquel país, incluyendo interrogatorios y torturas; no olvidemos que Dreyer huyó de Dinamarca durante la ocupación y se refugió en la vecina Suecia.
Interpretaciones personales aparte, el cineasta danés traza una agria crítica sobre el fanatismo religioso y sus consecuencias, frente al Dios del amor y el perdón, la ira y el terror; frente a la vida, la muerte.
Con algunas composiciones inspiradas en los maestros flamencos de la pintura, excelente fotografía y maravillosas interpretaciones, es una historia oscura cargada de pesimismo que retrata a una sociedad presa del miedo que imponen los intransigentes.




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