Estructurada en seis capítulos de hora y media cada uno, está basada en la novela del mismo título de Arturo Barea Ogazón, una suerte de autobiografía que abarca aproximadamente desde 1907 hasta 1938, cuando el protagonista, enfermo, parte hacia su exilio británico tras haber ocupado un alto cargo en la censura de prensa en el bando republicano.
Desde su infancia, en la que estudió como alumno pobre en las Escuelas Pías de San Fernando, la serie acompaña a Arturo en su crecimiento físico e intelectual, al tiempo que hace un retrato, primero del Madrid de la época, con ciertos tintes costumbristas, en parte herederos del estilo galdosiano, para trasladarnos, a partir de 1920 al protectorado español de Marruecos, donde Barea servirá como sargento de ingenieros durante su servicio militar. En este tramo, la crítica a la corrupción en las fuerzas armadas se hace patente.
La última parte narra los convulsos años que arrancan con la llegada de la República, primero con la relativamente plácida vida de Arturo, gracias a un buen trabajo en una empresa al que ha accedido gracias a sus estudios de idiomas, hasta que poco a poco su vida va tomando una deriva de cierta amargura, por su fracaso matrimonial y por la derrota del bando republicano en la Guerra Civil, al que Barea sirvió con convencimiento.
Se trata de una coproducción hispano-alemana gestada en tiempos de Pilar Miró, aunque se rodó cuando ella ya había dejado el cargo de Directora General de TVE. Es quizá la última gran producción de la televisión estatal, con un presupuesto que convertido a los actuales euros rondaría los catorce millones y hay que reconocer que estuvieron bien aprovechados.
Con un reparto que mezcla actores del momento con otros ya consagrados y algunos mitos vivientes de la escena española (Ángel de Andrés, Manuel Alexandre, José Luis López Vázquez, Javier Escrivá...), la partitura musical se le encargó a Lluís Llach y la adaptación corrió a cargo del propio realizador, Mario Camus con el asesoramiento histórico de Javier Tussell.
La serie es un prodigio de ambientación, con detalles muy cuidados, exteriores bien localizados y unos decorados grandiosos y a la vez que sencillos, gigantescos, de 100.000 metros cuadrados, que recreaban la Gran Vía y Lavapiés de principios del siglo pasado.
Aunque en general fue aplaudida por la crítica, hubo un sector que la tachó de tendenciosa. Ante esto quiero aclarar que la serie se basa, como queda dicho, en la novela de Barea y es bastante fiel a lo que éste escribió. Por supuesto, su visión es sesgada, y no lo digo en sentido peyorativo, él escribe lo que vivió y bajo el prisma de sus ideas y su forma de pensar, lo que cuenta hay que verlo como una parte de un todo, los libros son historias que uno cuenta según sus perspectivas y trayectoria vital y entre todos ellos, forman la Historia con mayúsculas.
En el apartado puramente audiovisual y artístico, estamos ante uno de los mejores productos de las televisiones españolas de todos los tiempos, una serie que se ve con placer, pues está rodada con pausa pero sin resultar pesada ni reiterativa.
Que en el apartado de la Guerra Civil y sus antecedentes es maniqueista, pues puede ser (de hecho lo es), pero para eso está la inteligencia del espectador y su espíritu de saber, que le hará bucear en otras aguas para tener una visión más certera y completa.
A mí particularmente me gustó toda la parte referida a África en la que el autor desmonta toda esa historia de generales heroicos que nos contaron durante el franquismo y nos trae una crónica más cercana a la realidad, con un ejército corrupto de estructuras coloniales, al que el protectorado le vino muy bien para seguir manteniendo la ficción de era el brazo armado de un país que aún pintaba algo en el panorama internacional, cuando todos sabemos lo que éramos, y de una guerra sin épica alguna.
Una anécdota para terminar: Durante dos meses estuvieron rodando en las ciudades marroquíes de Tetuán, Asilah, Xauen y Mdiq; Marruecos denegó en la frontera el paso de un camión español con cientos de de fusiles y armas. Mario Camus alegó que sólo pretendían rodar una película y que nunca irían a hacer uso de las armas. Al final les dejaron pasar, pero con una escolta permanente de diez gendarmes marroquíes. No puedo reprimir una sonrisa imaginando a un grupo de españoles conquistando Marruecos con un camión de fusiles.
Jajaja lo de los fusiles muy bueno; con los antecedentes que habían, dirían estos ya no son de fiar. Si, como bien dices aquellos altos mando del protectorado, los ponían como muy chulos, valientes, honrados y leales.
ResponderEliminarAbrazo Trecce.
Lo de los fusiles no deja de tener su gracia.
EliminarSi, desde luego, nos has evocado una sonrisa con esa anécdota de los fusiles, cual invasión de los años 20
ResponderEliminarEs muy curioso.
EliminarMuy buena serie.
ResponderEliminarA mí me encantó.
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