viernes, 20 de junio de 2014

AMAZING GRACE

A finales de siglo XVIII, más de once millones de africanos habían hecho el viaje de la muerte a través del Atlántico, convertidos en esclavos para acabar sus días en las plantaciones americanas. Muchos otros, ni siquieran llegaron allí, murieron en la travesía a causa de enfermedades, malos tratos o, sencillamente, fueron arrojados por la borda de los barcos que los transportaban como simple mercancia, carne humana, mano de obra barata de personas sin derecho alguno a quienes la hipocresía y los intereses comerciales de los blancos habían catalogado como seres sin alma.
En Inglaterra, algunas voces se levantaron contra esta tragedia, reclamando el fin del comercio de esclavos. Siempre se encontraban con el muro de los intereses de quienes sacaban buenos réditos de aquella barbarie, siendo acusados incluso de revolucionarios y enemigos de la corona.
Una de aquellas personas, fue William Wilberforce (Ioan Gruffudd), hijo de un próspero comerciante y miembro del Parlamento Británico. Wilberforce era un personaje de vida un tanto disoluta que en un momento determinado de su vida, sintió la llamada de la fe y se acercó a la Iglesia Evangélica, dudando si continuar con su carrera política o convertirse en ministro del Señor. Su íntimo amigo William Pitt (Benedict Cumberbatch), futuro primer ministro, le pone en contacto con los abolicionistas, que le convencen para que, desde su puesto en el Parlamento, se involucre en la causa antiesclavista. Wilberforce se entrega en cuerpo y alma a la tarea y no cejará en su empeño, pues aquella misión encaja en su ideal de mejorar las condiciones de vida de las clases más desfavorecidas de su país.

 
El guión es una crónica de la vida de William Wilberforce, un pionero en la lucha contra el tráfico de esclavos, actitud que le costó el enfrentamiento con las clases poderosas de la Inglaterra de su época. Nos narra su relación con John Newton (Albert Finney), un antiguo negrero, que se había empleado con toda crueldad en la anterior etapa de su vida y que ahora se ha convertido en un hombre de iglesia buscando la redención de sus pecados, como él mismo dice, las almas de 20.000 negros, personas con bellos nombres africanos a quienes había convertido en esclavos, le perseguían cada día.
Newton fue el autor de un poema que se convertiría en un himno carismático en la tradición cristiana anglosajona: Amazing Grace, una canción entonada miles de veces en las reuniones de fieles de las iglesias metodístas, evangélicas, anglicanas, etc. y del que han hecho versiones modernas Mahalia Jackson, Aretha Franklin, Rod Stewart, Johnny Cash, Elvis Presley o Mike Oldfield entre otros muchos.
El himno se convirtió en un canto paradigmático para los negros, porque expresa la alegría de verse liberados de la esclavitud y las miserias del mundo y más adelante fue adoptado por los grupos que se oponía a la guerra de Vietnam.

 
Magníficamente ambientada, con ese toque de distinción que saben dar los británicos a las películas de época, que logran transportarte al momento histórico porque todo se ve natural, desde el vestuario hasta las construcciones, está muy bien fotografiada por el maestro Remi Adefarasin y en los títulos de crédito figura como productor Terrence Malick.
Interpretaciones logradas, con algunos secundarios de esos a los que da gusto ver (Albert Finney o Michael Gambon, por ejemplo).

 
La película se adereza con una historia de amor, nada empalagosa y perfectamente imbricada en el discurrir del conjunto, la relativa al protagonista y la que será su esposa, Barbara Spooner, acertadamente interpretada por Romola Garai.
Además, es un retrato de la vida parlamentaria de la Inglaterra del XVIII-XIX y las varias escenas en las que asistimos a las reuniones de la Cámara de los Comunes, están filmadas con viveza y no suponen, ni de lejos, ningún paréntesis aburrido para el espectador, todo lo contrario, ilustrativas y aleccionadoras; los debates sobre las iniciativas abolicionistas, están retratados de manera magistral.

 
Los cambios de escenarios, la forma adecuada de entrelazar los distintos planos en los que se mueve la narración, dotan al film de viveza y agilidad, para conseguir un resultado final brillante, en una película aleccionadora, sobre la lucha de unas personas que se preocuparon por la injusticia a la que se veían sometidos unos semejantes, cuyo dolor hicieron propio.
Tremendamente evocadora la escena final, con la Abadía de Westminster, donde está enterrado William Wilberforce, al fondo y el Amazing Grace interpretado por una banda de gaitas y tambores, siguiendo la versión que hizo famosa el regimiento escocés del ejército británico Royal Scots Dragoon Guards.

 
 
 

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