martes, 8 de octubre de 2013

UN PUÑADO DE CARTAS

Madame de Maisonrouge, aloja en su casa parisina, en la que vive junto a sus dos hijas y un sobrino, a extrajeros, como si fuera una especie de casa de huéspedes, pero con el señuelo de que allí aprenderán a desenvolverse en francés y practicarán el idioma.
Cuatro pensionistas norteamericanos, dos ingleses y un alemán, ocupan en ese momento el domicilio de la familia francesa.
James convierte a los personajes en estereotipos de sus naciones de procedencia y hace un interesante estudio sobre los mismos. El menosprecio hacia lo extranjero de los franceses, incluso siendo gente venida a menos que tiene que sacar dinero admitiendo huéspedes; el aire de superioridad de los ingleses, ellos se consideran más que los continentales y que los advenedizos del otro lado del Atlántico; el germano, cabeza cuadrada y seguro de que el momento de la gran Alemania está próximo ante la decadencia moral de las otras naciones occidentales y, por último, los norteamericanos, representantes de la populosa Nueva York, por un lado, de la culta Boston, por otro y de la Norteamérica rural, concretamente de Bangor (Minesota), de donde procede miss Miranda Hope.
El relato toma la forma de cartas que los diversos personajes escriben a parientes o amigos, un género, el epistolar, que si alguien domina es Henry James, incansable escritor de cartas en su vida particular, de las que se conservan, nada menos, que diez mil manuscritas por el propio autor y de las que tres mil de ellas han sido publicadas.
 
 
 

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