jueves, 11 de octubre de 2018

SOUTHLAND TALES


En Abilene, una tranquila ciudad del estado de Texas, se está celebrando, como en el resto del país, la fiesta nacional del 4 de julio. La película nos muestra, a través de un vídeo casero, la celebración en esos jardines delanteros que tantas veces hemos visto en las películas y en el que las familias se mezclan entre barbacoas e inocentes juegos de niños, justo en el momento en el que se produce un ataque nuclear.
Tras las primeras bombas, el país entra oficialmente en guerra con Irán, Siria, Afganistán, Iraq y Corea del norte, y escuchamos la voz de  Pilot Abilene (Justin Timberlake), ex-combatiente de la guerra de Iraq, donde fue herido no sólo físicamente, haciendo de narrador en estos primeros minutos. La victoria de los republicanos en 2006 provoca la creación de una pesadilla orwelliana, la multinacional y patriótica empresa USI-Dent, en busca del control del poder de las redes de la comunicación. Frente a ello, surge como fuerza de oposición y contrapeso, una corriente neomarxista antisistema.
La seria falta de recursos de energía provoca el acuerdo político con la compañía Treer, liderada por el Baron Von Westphalen (Wallace Shawn). La empresa ha patentado un mecanismo que genera un campo de energía electromagnético a partir del movimiento oceánico, el resultado es una sustancia alternativa al petróleo llamada Fluid karma, también usada en ambientes clandestinos como una potente droga. La corrupción llega cuando la alianza entre la empresa Treer y el bando republicano llega a acuerdos para no destapar la verdad sobre el fin del mundo.
En junio de este año (2008), Boxer Santaros (Dwayne Johnson), un actor famoso por su papel en películas de acción y prometido de Madeleine Frost (Mandy Moore), hija del candidato a vicepresidente Bobby Frost (Holmes Osborne) y de la directora de USI-Dent Nana Mae Frost (Miranda Richardson), desaparece y es encontrado tres días después en el desierto con un serio caso de amnesia. Es con Santaros despertando en la arena de una playa y con Pilot Abilene citando The Hollow men de T. S. Eliot, poema sobre la Primera Guerra Mundial, el momento en el que comienza el cuarto capítulo —el primero cinematográfico— de Southland tales.


En conjunción con la versión cinematográfica también fueron diseñadas las novelas gráficas firmadas por el propio Richard Kelly, realizador del film, con ilustraciones de Brett Weldele: Southland tales, the prequel, saga que contiene los tres primeros capítulos que anteceden a los tres que se muestran en la película —IV: Temptation Waits, V: Memory gospel y VI: Wave of mutilation—.
La película, como queda dicho, parte del capítulo IV para narrar su historia. Un detalle que no facilita precisamente su comprensión.
El film fue denostado por la crítica y recibió abucheos en el Festival del Cannes, donde fue presentada.
Con estos antecedentes, su distribución comercial, parecía complicada y, de hecho, en España no se estrenó en salas comerciales.


El film es una especie de rompecabezas, al tiempo que una grandiosa sátira, pero con tantas cosas en su interior, que resulta complicado de seguir y, por momentos, farragoso.
Desde luego, quien vaya a ver algo sencillo de interpretar, acabará con la sensación de no haber entendido nada, porque Kelly exige un gran esfuerzo de comprensión por parte del espectador. Aquellos que logren bucear bajo el envoltorio de imágenes excesivas y metáforas complicadas, encontrará un crítica despiadada, cargada de humor, muchas veces negro, en la que se ponen en solfa algunos de los males de las sociedades occidentales modernas, con injerencias del espionaje en la vida diaria de los ciudadanos por parte de la empresa US-Ident (ahí está la NSA norteamericana o los rusos interviniendo en la política de otros países); se mofa de la delgada línea que separa el show business de la política (¿no les recuerda al Sr. Trump?); se preocupa por temas cada vez más de actualidad, como la búsqueda de energías alternativas y la política de blindaje de fronteras; y reflexiona sobre cómo al pueblo se le utiliza (esos soldados usados como conejillos de indias para experimentos gubernamentales) y se le duerme (esos programas insulsos con feminismos de pacotilla). No se trata de considerar a Kelly como un profeta, ni como un salvador que llega para avisarnos de a dónde nos llevarán los malos caminos tomados. Se trata de entender que, en su aparente locura desatada y descontrolada, en su supuesta falta de orden, Kelly es de los que escucha, ve, piensa y reconoce lo anormal como maravillosamente estimulante.




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