Justin Minard, un flautista que camina por la calle Chaptal en París, ve a una mujer que pide ayuda desde una ventana de un edificio, toca el timbre de la casa explica lo que acaba de ver al mayordomo, pero es muy mal recibido: un puñetazo en el rostro le envía al pavimento. Nuestro hombre va a quejarse a la comisaría de Saint George, donde es atendido por Jules Maigret un joven policía destinado allí como secretario del jefe de la comisaría. Acompañado por el Sr. Minard que no quiere separarse de él, se encaminan a la casa, recorrinéndola de arriba a abajo: nada sospechoso, ninguna mujer que confiese haber pedido socorro. Y sin embargo Maigret sospecha que algo no encaja... pero estamos entre gente de las altas esferas, se trata de la familia propietaria de los muy famosos Cafés Balthazar, consumidos en muchos hogares de Francia y Maigret se va a enterar de que los ricos merecen un trato a que otras clases no reciben.
Cuando llevaba publicadas 29 novelas de su célebre inspector, Simenon concibió la brillante idea de retrotraerse en el tiempo y contarnos el primer caso que dirige el entonces joven policía, al menos que comienza a dirigir, porque cuando descubre todo el entramado, aprovechando que recibe un golpe en la cabeza por parte de uno de los delincuentes, que le deja inconsciente, es apartado de la investigación porque a sus jefes no les interesa que se de publicidad al asunto al tratarse de personas poderosas.
Maigret piensa incluso en dimitir, aunque recapacita, pero es la primera lección que recibe de cómo funciona todo aquello, está claro que la Ley no es igual para todos.
Interesante. En muchos aspectos, por lo tanto.
Se trata del trigésimo libro de la serie.
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