miércoles, 2 de julio de 2014

ELIZABETH: LA EDAD DE ORO

Isabel I Tudor (Cate Blanchett), llega al trono de Inglaterra rodeada por la conspiración de los partidarios de la reina María de Escocia (Samantha Morton), en la que los católicos ven su última esperanza para regresar a la antigua religión, y las presiones exteriores, sobre todo del Imperio Español, cuyo rey, Felipe II (Jordi Mollà), está obsesionado por la vuelta al catolicismo de Inglaterra y, al tiempo, molesto por la actitud de Elizabeth, que patrocina a piratas y corsarios para que aborden los galeones españoles que comercian con América.
Será precisamente uno de estos corsarios, Sir Walter Raleigh (Clive Owen), quien se presente ante Elizabeth para ofrecerle sus servicios y comunicarle la fundación de una nueva colonia en Norteamérica, nombrada Virginia, en honor de la Reina Virgen. Se establece entre ellos una ambigua relación en la que también entrará la favorita de la reina, Bess Throckmorton (Abbie Cornish), con la que el pirata acabará teniendo un hijo, lo que despierta los celos y el enfado de la reina.
Las islas se preparan para recibir el ataque de la llamada Armada Invencible, una gran expedición que el rey Felipe ha construido con la pretensión de invadir Inglaterra.


Creo que nadie discutirá el Óscar que esta película se llevó por el vestuario de Alexandra Byrne que, a la postre, junto a algunos maravillosos encuadres, casi imposibles de Remi Adefarasin, vienen a resultar lo mejor del film.
Por lo demás, el guión se inventa a una Isabel I que representa la libertad frente al oscurantismo de la corte española, con un Felipe II al que vemos feo y casi contrahecho, contrastando con la esplendidez y el colorido de Elizabeth, en un gran trabajo de Cate Blanchett, si bien su personaje es una especie de ejercicio de ciencia ficción, al igual que algunos tramos del film, hasta llegar a la apoteosis del intento de invasión por la Armada española, que no fue derrotada por los elementos y la impericia, sino por Sir Walter Raleigh, según nos aclara la película, corrigiendo a los libros de historia, convertido en una especie de capitán Jack Sparrow.
Ni siquiera remonta este film para sacar del aburrimiento al espectador cuando su realizador comienza a hacer ejercicios experimentales de cámara, a base de tomas circulares alrededor de Elizabeth, o cuando nos la presenta vestida de Juana de Arco, muy resultona y remedando el discurso que Shakespeare pone en boca de Henry V cuando arenga a sus tropas el día de San Crispín. Sólo que eso ya lo había hecho Kenneth Branagh y le había quedado mejor (Henry V, de Kenneth Branagh)
Tal vez, lo más conseguido es la manera de trasladar al espectador el alto contenido erótico del film que sugiere una relación deseada y no consumada entre Raleigh y la reina.
El resultado final es un tanto decepcionante, acaba uno con la impresión de que tras el derroche de fuegos artificiales, no hay demasiada enjundia.




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