Como un personaje que ha formado parte de mi vida desde la más tierna infancia, así apareció ante mi el nombre de José Almoina cuando leía la novela de Vargas Llosa "La fiesta del chivo". No porque yo conociera personalmente a Almoina, ni porque coincidiera con él en el tiempo (murió hace más de 50 años), sino por razones que indicaré más adelante.
José Almoina Mateos fue uno de tantos españoles que se vio forzado a exiliarse al final de la contienda civil y, por si fuera poco, doblemente exiliado, ya que primero huyó a Francia y al invadir los alemanes el país galo, hubo de hacer las maletas deprisa y corriendo.
Ante todo y para tratar de acercanos a actuaciones posteriores de este y otros personajes que se vieron envueltos en aquella vorágine, hay que tratar de ponerse en su lugar, en su situación y valorar las circunstancias del momento. Entre los pocos paises dispuestos a aceptar contingentes de republicanos españoles, estuvo la República Dominicana, que junto con México, se convirtieron en los destinos de la mayor parte de ellos. La lógica actitud de agradecimiento de quienes se vieron recibidos con los brazos abiertos frente a tantas puertas que se les cerraron, era más que entendible, por más que al frente del gobierno de Santo Domingo estuviera el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Almoina emigró, por tanto, al país caribeño y debido a su formación, fue nombrado profesor de la Escuela Diplomática Dominicana perteneciente a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, en 1943 también fue profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Domingo y desde 1944 profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes. En octubre de 1942 el canciller Arturo Despradel le comunicó que Trujillo deseaba verlo. El general andaba buscando un tutor personal para su hijo predilecto, Ramfis. Un diplomático acreditado en Santo Domingo, le sugirió el nombre del gallego Almoina como el idóneo. Ciertamente, un hombre de sus conocimientos históricos y literarios, que manejaba varios idiomas como Almoina bien podía ser elegido para la tarea tan delicada de interesar por los estudios a un niño consentido de trece años. "Acepté con gran simpatía aquel cargo -confiesa el propio Almoina- que, a más de ampliar y honrar extraordinariamente mi labor docente, me proporcionaba la oportunidad de corresponder, aunque fuese de manera muy modesta, al gesto generosísimo de Trujillo para con los exiliados españoles que desde fines de 1939, disfrutamos la hospitalidad dominicana gracias a él". La infeliz vinculación del maestro gallego con el dictador dominicano dejó una huella lacerante y crónica en la conducta pública y privada del mismo. Lo que a los ojos de algunos pudo representar un privilegio, debe haber sido para el exiliado un descenso moral, un castigo excepcional. Cuando fue elegido tutor de Ramfis, provocando la envidia de los paniaguados del entorno dictatorial, se le sentó sobre una trampa explosiva. A Rafael Leónidas Trujillo no se le podía dar una negativa sin sufrir consecuencias personales y familiares. Las reacciones favorables producidas en el muchacho criado a caprichos y consentimientos, llevaron a Trujillo a aprovechar para sí la preparación y talentos del exiliado español. Lo elevó a posición de mayor precariedad al hacerlo Secretario Particular. De una situación de peligro pasó a otra aun mayor.
Almoina se dio maña para salir de tan angustiosa situación. En noviembre de 1947 se estableció en México con su familia. Al salir de la trampa trujillana, como la ha calificado un periodista, un sentimiento de responsabilidad y de preocupación se hizo dueño de la mente del gallego Almoina: Advertir de la peligrosidad de Trujillo para la estabilidad regional. Así que escribió una especie de memorandum bajo el título de Informe Confidencial, que entregó en las cancillerías de diversos países donde Trujillo pretendía intervenir de algún modo en sus políticas internas. Almoina no debe haberse sentido muy satisfecho de la repercusión de su Informe Confidencial. La coyuntura estaba cambiando a nivel internacional, hacia fines de los años 40 se hizo evidente que las potencias triunfadoras de la guerra contra el nazi fascismo, le habían perdonado la vida al régimen de Francisco Franco y al de Rafael Leónidas Trujillo quienes se presentaban como campeones de la cruzada contra el “peligro soviético”. Almoina quiso ir un poco más allá y trascender sus revelaciones y acusaciones a un auditorio más amplio. De la semilla del Informe Confidencial germinó un libro de combate frontal contra Trujillo, el cual tituló Una satrapía del Caribe, bajo el seudónimo de Gregorio Bustamante. En esa obra atacó con mayor virulencia, distorsionando ex profeso la escritura para evitar ser descubierto. Sacó a relucir nuevas interioridades. El aparato trujillista se dedicó a analizar la obra y desde entonces trataron de confirmar quién era el verdadero autor. Entre los cientos de personajes bajo su ojo estaba el gallego que tan de cerca de sus quehaceres estuvo durante unos años. Mucha documentación confidencial había pasado por las manos del español para descuidarlo un instante. Parecía que se acercaban tanto que Almoina entendió que debía hacer algo para ponerse a salvo y evitar que la familia pudiera ser afectada por las acciones crueles para castigar su osadía y la “infidelidad” al régimen que le había dado el dudoso privilegio de trabajar codo a codo con su máximo jerarca. Al parecer María Martínez le insinuó escribir un libro favorable a Trujillo: Yo fui secretario de Trujillo, impreso en Buenos Aires, en 1950.
Almoina adoptó un perfil público muy discreto, alejado del trasiego político activo, en varias ocasiones cambió de domicilio y alertó a las autoridades mexicanas del peligro que corría. En esas ocasiones la cancillería dominicana presionaba por localizarlo. Son reveladores los documentos vistos en el Archivo de Trujillo. La situación se le hizo más difícil por la imprudencia de Jesús de Galíndez de citarlo como el autor de Una satrapía en el Caribe. La mañana del 4 de mayo de 1960 fue aciaga para el profesor Almoina. La plaga de espías a sueldo de Trujillo, locales, dominicanos y de otros parajes del Caribe lo habían vuelto a localizar. Un par de esbirros de origen cubano fueron los contratados para llevar a cabo el atentado letal.
Y ahora, vuelvo al principio, porque el recuerdo de este hombre, del que poco se sabe en España, y menos después de tantos años, está muy vinculado a mi infancia y juventud, pues este lucense, hijo de médico, nacido en 1903, estuvo destinado en Benavente como funcionario de correos y yo oía hablar a mis padres y a otras personas de mi entorno de Almoina cuando se referían a aquellos convulsos tiempos de la República. Sin duda fue un hombre que dejó huella en aquella sociedad a mitad de camino entre lo puramente rural y una incipiente industrialización. Aquel hombre, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Santiago, que conocía el latín y el griego, seguramente sobresalía sobre la media de un país con una alta tasa de analfabetismo.
El profesor Fernando Muñiz Albiac (un político de esos que tanto añoramos, con clase y sobrada preparación intelectual y humana, miembro destacado del PSOE zamorano al que llego desde el PSP de Tierno Galván), del que tuve la suerte de ser discípulo allá en los lejanos tiempos de la transición, asegura que Pepe Almoina fue el fundador del PSOE local de Benavente el 16 de mayo 1931.
Almoina fue un intelectual y durante su paso por la ciudad de los Condes-Duques, dirigió el periódico local El Pueblo. En casa de mis padres, veía cada vez que repasaba las estanterías plagadas de libros, un par de ellos que me llamaban la atención, porque estaban editados en Benavente durante la época republicana. Uno de ellos era una especie de guía turística escrita por Almoina y llevaba por título Monumentos Históricos y Artísticos de Benavente (1935) y otro titulado Bellezas y Riquezas de Benavente, en el que se publicaban tres trabajos, uno del propio Almoina, otro de Lesmes García Piñeiro y un tercero de Claudio Domínguez Aguas que habían sido premiados en un concurso convocado con motivo de la fiesta del libro de 1934, de este libro conservo una edición facsímil.
Desde luego la vida de este hombre da para novela y película.
ResponderEliminarY eso que no he contado muchas más cosas que recuerdo y otras que son simples especulaciones.
EliminarMuy interesante amigo Trecce. Gracias
ResponderEliminarAl producirse la sublevación militar del 18 de julio de 1936 se encontraba en Asturias, por lo que no pudo ser detenido. En represalia lo fue su mujer, Pilar Fidalgo Carasa, maestra nacional y embarazada de siete meses fue detenida el 20 de julio e internada en prisión. Un caso que recuerda al de Amparo Barayón, aunque la esposa de Almoina corrió mejor suerte, ya que tras seis meses en prisión, fue canjeada.
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