jueves, 4 de octubre de 2012

WEST SIDE STORY

Nueva York, principios de los 60. Dos pandillas, los Jets, hijos de inmigrantes europeos liderados por Riff (Russ Tamblyn), y los Tiburones, con Bernardo (George Chakiris) como cabecilla de un grupo de adolescentes de origen puertorriqueño, mantienen un enfrentamiento constante, buscando hacerse los dueños del barrio en el que ambos grupos conviven.
Tony (Richard Beymer), formó parte tiempo atrás de los Jets, pero ahora tiene un trabajo y no está en la pandilla, aunque Riff le convence, apelando a su antigua amistad, para que esté presente en el desafío que van a lanzar a la banda rival.
Durante un baile al que acuden ambos grupos, Tony se enamorará de Maria (Natalie Wood), la hermana de Bernardo. Éste se opone rotundamente a la relación, mientras Tony hará todo lo posible por evitar el enfrentamiento entre ambos grupos. Los hechos se suceden como guiados por la fatalidad.
 
 
Es claro que la historia de amor imposible entre Tony y María, esta moderna recreación del drama de Romeo y Julieta, es el eje de la película, pero no es menos cierto que a este, se superpone un asunto recurrente durante el film como es el enfrentamiento entre las dos bandas juveniles y todo lo que ello conlleva de odio, violencia e incomprensión. De hecho, el asunto más relevante del guión es este, con su alegoría sobre la violencia urbana, su génesis y sus letales derivaciones, con atisbos de crítica a la xenofobia, al racismo, al trato al inmigrante, al condicionamiento familiar y grupal sobre el comportamiento violento, determinado por un contexto propicio al mismo, estableciendo también una mirada al distanciamiento generacional y a la entidad del joven en la pandilla y al margen de ésta. Las vinculaciones afectivas y románticas, al final, hay que encuadrarlas en este marco más amplio.
 
 
Además de la historia que se nos narra, está el producto artístico, en el que Jerome Robbins dirigiendo las partes coreografiadas y Robert Wise al frente de la parte dramática, logran ensamblar perfectamente ambas partes (si es que se puede hablar de dos partes), para ofrecernos un musical que se sale de lo clásico y que a pesar de su duración, logra concitar nuestra atención a base de las peleas convertidas en bailes, de la almibarada historia de amor con final trágico y, sobre todo, de la magnífica partitura del maestro Leonard Bernstein y las canciones, con letra de Stephen Sondheim, casi todas convertidas en clásicos que todos hemos escuchado, cuando no tarareado, en alguna ocasión: “America”, “Tonight”, “Maria”, “One hand, one herat”, “Cool”...
 
 
Una película que, en algunos aspectos, a mí me parece sobrevalorada, pero en la que todo, hasta el más mínimo detalle, está cuidado, con buenas actuaciones (no quiero dejar de mencionar a los oscarizados Rita Moreno, por su papel de Anita y George Chakiris, por su papel de Bernardo, de lo mejor del film), buen ritmo y que aún con sus más de cincuenta años a la espalda, sigue mantiendo su vigencia, gracias en parte a la fuerza de sus coreografías.
Me quedo con el mensaje que trata de transmitirnos: Mediante el uso de la violencia jamás se podrá lograr un objetivo que vaya más allá de esa propia actitud. Su vorágine, que termina atrapando hasta a la persona más sensata y calmada, convirtiendo sus ansias futuras de felicidad en una fuente de rencor, solamente puede conducir al dolor, la muerte y el odio.
 
 
 

5 comentarios:

  1. A mi me parece un musical sobrevalorado,efectista y al cual el paso de los años ha dañado y envejecido dejándolo como una exquista pieza "kitsch".

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  2. Sin dudarlo; uno de "mis" seis musicales favoritos de la historia.Qué decir de la música de Bernstein. La vi en cinerama la primera vez...

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  3. Qué bailes y qué música, la trama es lo de menos por demasiado vista...artísticamente genial, una pieza de culto.

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