jueves, 1 de diciembre de 2011

ADIÓS A MI CONCUBINA

Si el siglo XX ha representado un cambio en todo el orbe, hay países donde este cambio se ha visto acentuado. Tal es el caso de China que ha pasado de una sociedad casi medieval a la modernidad, al menos en algunas zonas de este inmenso territorio.
La novela que nos ocupa narra este cambio a través de la vida de dos personas, dos actores de la Ópera de Pekín, Xiao Douzi y Xiao Shitou, como tantos otros vendidos por sus progenitores, en este caso a un maestro de actores, con el que firman un leonino contrato: Quien no asiste a clase o desobedece al maestro, será apaleado hasta morir, dice una de sus cláusulas.
Con sus uniformes de tela de saco, que van heredando unos de otros, aprenden las 18 artes marciales y las cuatro disciplinas (canto, interpretación, recitación y lucha) a través de durísimos entrenamientos.
Estamos en los años 30 y los dos niños son elegidos para interpretar personajes determinados, aquellos a los que encarnarán ya de por vida. Ambos cambian de nombre y Duan Xiaolou comienza a interpretar al sheng (el héroe), mientras Dieyi encarnará a la dan (la heroína), desarrollando el arte de la coquetería, innato en él. Ambos serán amantes dentro del escenario y vivirán una historia de celos y amor no correspondido fuera de él. Mientras Xiaolou se casa, Dieyi, sufre en silencio que el hombre que ama le considere sólo un hermano y se centra en esos momentos de la escena en los que, por unos instantes, es realmente lo que desearía ser siempre.
La ocupación japonesa de 1943 cambia tanto sus vidas que se ven incluso en peligro, teniendo que actuar para las nuevas autoridades con el fin de salir del paso.
Con el triunfo de Mao, llega la revolución y las ejecuciones de los elementos considerados hostiles. Los actores sobreviven como pueden, son contratados para actuar en las óperas propagandísticas, hasta que a mediados de los 60 los ideólogos del partido piensan que el arte es decadente, corrupto y que entorpece la producción.
La Ópera de Pekín entra en declive y con ella sus actores. Todo el mundo sirve al pueblo, pero si todos sirven al pueblo, entonces ¿quién queda?, ¿quién es el pueblo? Evidentemente todo esto son eufemismos, pues lo que se acaba imponiendo es un auténtico estado policial, pero con esas peculiaridades tan típicas de estos regímenes autoritarios de oriente que les hacen aún más crueles. El pueblo, casi de forma increíble, soporta y sobrevive y con ellos nuestros dos protagonistas que son detenidos, soportan palizas y se ven obligados todas las noches a hacer autocrítica, a despellejarse mutuamente, a copiar poemas de Mao, a soportar toda clase de torturas psicológicas y físicas, a presencias episodios como el del actor que ataca a uno de los guardianes con un cuchillo y se le amputan las manos como castigo (tenía 62 años). Los actores son avergonzados, paseados por las calles y obligados a rebuznar.
Al final, los generalitos, como llaman a los jóvenes (más bien niños, pues muchos no tienen más de 12 años) guardias rojos, en uno de los múltiples registros (verdaderos asaltos vandálicos) inesperados en la casa de Xiaolou, deciden que la espada que este tiene colgada en la pared, apunta al retrato de Mao que está junto a ella y le acusan de ganas de matar al líder.
El destierro de ambos al norte, separados por miles de kilómetros (la esposa de Xiaolou se había suicidado, como tantas otras), los trabajos a los que son destinados que nada tienen que ver con su vida anterior y el paso de los años, acaban por hacer de ellos unos seres distintos a los que fueron.
Xiaolou acabará huyendo a Hong-Kong y allí se vuelven a reencontrar después de la muerte de Mao, gracias a la gira que la compañía en la que trabaja Dieyi como figurante, realiza por la colonia.
En comparación con las historias imaginadas, la vida corriente es como el pálido y común rostro del actor sin maquillaje. Esto es una novela, pero si le quitamos el maquillaje es la vida de China en el último siglo, con periodos oscurísimos en los que el miedo se había propagado entre la población como una epidemia de gripe.
Sin rehuir la crudeza, el libro nos acerca a esa realidad tan lejana y distinta a la nuestra, quizá por eso difícil de entender desde nuestra mente occidental, aunque si nos ponemos a mirar a nuestro alrededor, a lo más próximo, tampoco somos tan distintos, también aquí hubo crueldad, intolerancia y muerte y sin embargo, aquí estamos, más cómodos, mejor atendidos, hemos progresado. Pero cuánto dolor ha costado todo eso.
A pesar de todo, a pesar de la tortura, de la muerte, el mensaje de Dieyi y Xiaolou, es el de dos supervivientes, el de dos personas que encontraron la grandeza entre las candilejas y los vestidos suntuosos de la escena y que durante unas horas encarnaban los sueños de su pueblo. Ese recuerdo y la resistencia que su cuerpo había adquirido con el duro entrenamiento les ayudaron en los peores momentos.
Como las obras de teatro, este libro es un fugaz encuentro entre los actores y su público. Su encanto radica en la brevedad y en el melancólico regusto que deja.

Esta reseña ha sido publicada también en HISLIBRIS




6 comentarios:

  1. Hola Trece: yo vi la película,no he leído el libro. Cuando se estrenó en EEUU sobre el 93 eclipsó la novela que se editó un año antes.La película me gustó mucho.
    Los sentimientos y emociones humanas son las mismas en todas partes,sólo se expresan de manera diferente y no siempre.Podría ser muy curioso lo cerca que estamos por ejemplo en temas como el sentido del humor.Pero el dolor es dolor aquí o en China, la crueldad,las dictaduras se sienten igual y se viven con el mismo horror o complacencia.China es un país inmenso con valores culturales interesantísimos ;la opera es una,y también,por ejemplo y aunque no venga al caso su medicina milenaria que sigue vigente.
    En fin, que la película es muy bonita y que ese regusto que tu llamas melancólico es bastante extendido en las culturas orientales,pero también la delicadeza,la ternura,en contraposición de esas crueldades que aquí,allí y muchas partes del mundo se han tenido que sufrir.Un saludo Trece.

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  2. Casi siempre hay algo en los libros (como es el caso) que en la peli no se capta igual.

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  3. Hola Trecce.
    Como me suele pasar alguna vez que otra amigo Trecce no sabia de esta historia ni en libros ni en peli, aquí me has cogido en encefalograma plano.
    De todos modo China no a cambiado mucho que digamos, eso si como se suele decir el día que despierte el dragón el mundo se ponga a temblar.
    Saludos amigo Trecce.

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  4. Pienso, E.P., que algo (quizá mucho) sí ha cambiado. Lo que ocurre es que estamos hablando de un territorio tan grande y tan poblado que quizá se escapa a nuestra interpretación.
    Yo comparo la situación china con la España de los 50-60 del pasado siglo, con una gran distancia entre las ciudades y el mundo rural y algo así está ocurriendo allí. En ciudades grandes (Pekín, Shanghai, Xian, Nanjing...) la gente está comenzando a tomar conciencia de su fuerza y se producen algunas reivindicaciones como las que había aquí en esos años en lugares como Madrid o Barcelona, que son tapadas por el régimen, como ocurría en España. Otra cosa es lo que sucede en el resto del territorio, pero como es tan grande (repito), el resto es mucho, muchísimo.

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  5. No soy entusiasta de las pelis de ambiente oriental, así que lo cierto es que pasé de verla, pero hace poco vi "El Velo Pintado" y aunque creo que aún podrían haberle sacado más partido a la historia, me gustó bastante.

    También recuerdo (La Posada de la Séptima Felicidad )de Ingrid Bergman, muy bonita.

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  6. Como diría el ínclito Umbral: Yo he venido a hablar de mi libro.
    El libro no es mío, pero estamos hablando de un libro y no de la película en que se basó, aunque la cosa ha ido derivando.

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