jueves, 21 de julio de 2011

KAGEMUSHA

No todas las bocas están hechas para saborear todos los manjares y no por eso unas son mejores que otras, sencillamente somos distintos, variados, individuos.
A pesar de su gusto por lo occidental, de ser el hombre que trató de acercar a la manera de pensar del europeo y americano la forma de hacer de los japoneses, las pelis de Akira Kurosawa no dejan de ser territorio vedado para un cierto sector de público al que aburren y se pierde en ellas. No es película para quien no disfrute con la forma de hacer cine del genio japonés y, la verdad, ver una obra de dos horas y media para no disfrutarla, puede ser una tortura, así pues ya queda dado el aviso.
En este caso, además, a pesar del reconocimiento de Cannes y de las nominaciones a los oscar, tampoco es uno de los mejores filmes del autor, aunque como ocurre en el caso de tantos maestros, cuando decimos eso, normalmente estamos hablando de películas que se hallan por encima de la media.


La película se basa en un hechos reales, los enfrentamientos entre Takeda Shingen, por un lado y los aliados circunstanciales Oda Nobunaga y Ieyasu Tokugawa, por otro. Si bien, la historia concreta que narra el film se adentra en la leyenda, una leyenda que nos recuerda a la de nuestro Cid Campeador, pues Takeda Shingen gana batallas con su sola presencia, incluso después de muerto y aquí los hechos históricos dejan paso a la fábula.


Estamos en los años previos a la unficación de Japón, los señores de la guerra se enfrentan entre ellos para lograr el dominio absoluto sobre el territorio de la isla, hasta que uno de ellos, Takeda Shingen, muere como consecuencia de las heridas recibidas en el asedio del castillo de Tokugawa. Su hermano encuentra a una persona que se le parece extraordinariamente y le hará pasar por el difunto durante dos años, ocultando la muerte a sus enemigos que seguirán temiéndole como si estuviera vivo.


La película está llena de metáforas, es una parábola sobre el final de una época, la feudal japonesa, en la que la llegada de la pólvora y las armas de fuego, acaba con la épica de los samurais, cualquiera puede acabar con su enemigo sin verle apenas la cara.


No es nada fácil de entender, ni seguir la trama desde la propuesta de Kurosawa, pues no queda muy claro para quien no conozca la historia de Japón, qué es lo que está pasando, por qué los enemigos de Takeda se alían contra él. Al igual que algunos pasajes a los que no se les saca todo su sentido si no se sabe, por ejemplo, que Oda Nobunaga, uno de los enemigos de Takeda, era un hombre con tendencias pro occidentales, así lo vemos reflejado en el film con su manera de vestir, que se aleja un tanto de la de los otros señores o en la escena en la que va a la batalla y recibe la bendición de de un sacerdote cristiano.


Kurosawa es identificado por muchos con el cine en blanco y negro, pero era un enamorado del color, un amante de la pintura, tengo entendido que sus storyboards, son auténticas obras de arte. Aquí el color se desborda, nos ofrece auténticas joyas, imágenes que impactan en la retina y que valdría la pena pena ver, sólo por el hecho de disfrutar su estética, independientemente del valor de la película.
Kurosawa pudo rodar este film gracias a la intervención de sus amigos George Lucas y Francis Ford Coppola, que pusieron o buscaron quien pusiera el dinero, pues el director tenía dificultades para que en su país nadie lo hiciera.
Yo disfruté mucho con toda la estética japonesa, la etiqueta, los ceremoniales lentos y cargados de simbolismo, los saludos...
En muchos de los planos en los que aparece el supuesto doble de Takeda, sobre todo cuando está solo, se ve la imagen de su sombra, es la sombra del guerrero que le acompañará hasta el final.




4 comentarios:

  1. Bueno, ya sabes lo que opino de esta maravilla. Grande Kurosawa!

    ResponderEliminar
  2. Es muy bonita, pero coincido en prevenir por su tempo, por su, para mí, maraña argumental.
    Saludos blogueros

    ResponderEliminar
  3. Estamos hablando de otra cultura, José Antonio, y aunque Kurosawa fue el más occidentalizado de los directores (los más reconocidos) japoneses, no deja de ser una forma de hacer cine que nos puede resultar extraña e incluso no gustar. Yo lo comprendo perfectamente.

    ResponderEliminar