Leía hace tiempo un artículo de prensa que no he logrado rescatar, en el que el articulista consideraba indecente la defensa de las lenguas romance, incluído el catalán, pues proceden de un genocidio que sí se celebra, el perpetrado por los romanos contra los pueblos de la antigua Iberia. Pero claro, este es un genocidio antiguo y, al parecer, cuando ha pasado mucho tiempo, el genocidio prescribe y ya puede celebrarse. No sabemos quién es el encargado de marcar las fechas, ese que dice que si han pasado mil años ya no es genocidio, pero si sólo han sido 500, entonces sí lo es y no se puede celebrar, sino que hay que despreciarlo.
Supongo que será gente del tipo de la Sra. Colau, que quiere quitar del callejero barcelonés todo lo que tenga que ver con el descubrimiento y conquista de América, pero nada dice de cambiar de nombre a la Vía Augusta, que festeja un camino del Imperio y homenajea al emperador Octavio, masacrador de astures y cántabros.
Después se quejan del genocidio cultural (esto es un invento, ya saben que no existe tal concepto) que han sufrido y, según algunos, siguen sufriendo, como afirmaba el profesor Francesc Roca, de la Universidad de Barcelona, que se refería a las falsificaciones de la historia y que a causa de ello, por ejemplo, apenas se conoce la importante actuación de los catalanes en América introduciendo el cultivo de la alcachofa. Claro que tampoco dice que la historia que nos cuentan tampoco habla nada de los negreros catalanes que se enriquecieron a base de mano de obra esclava en la isla de Cuba y después volvieron a la Península forrados de pasta (En 1817 España había firmado con Inglaterra un tratado por el que se comprometía a suprimir la trata y abolir la esclavitud en un plazo de tres años. La Junta de Comercio de Cataluña, mostró su radical desacuerdo: "Este es uno de aquellos incidentes, que es muy difícil tratarlo con templanza; sería preciso no tener una gota de sangre española en las venas para no sentir cierto coraje e indignación al ver hasta qué punto se quiere envilecer y ultrajar la independencia nacional").
Entre los catalanes enriquecidos por el tráfico negrero se cuentan los hacendados Panxo Martí, Pau Forcadé, Miró y Pié, Joseph Maria Borrell, Miquel Pous, Joseph Baró de Canet, Joseph Vidal y Ribas, Miquel Biada o los Samà. También entre los capitanes de los barcos negreros abundaron los catalanes. Solo de El Masnou, se han documentado ocho, entre ellos, Joan Maristany, Francesc Maristany, Carles Maristany, Pere Estapé y Joan Curell. Uno de ellos, Joan Maristany y Galcerán capitaneó en diciembre de 1862 la expedición esclavista que diezmó la isla de Pascua (Amoros, 2006, Muray, 2009 y Romero, 2011, passim). Esa preponderancia de catalanes en el negocio negrero originó cierta mala fama a los indianos de ese origen. Jordi Maluquer señala que “gairebé tots els grans comerciants s´hi dedicarent en un momento u altre” y añade que por eso los cubanos los conocían como "yanquis españoles", "judíos españoles", o "israelitas de la cristiandad". Incluso hubo una cancioncilla propia de negros que rezaba: Desde el fondo de un barranco/ cantaba un negro en su afán, / ¡Ay madre, quién fuera blanco/ aunque fuera catalán! (citada por Costa i Fernández, 2005).
Los empresarios del lobby negrero apoyaban o derrocaban gobiernos según convenía a sus intereses. Cuando la isla se independizó, después de la guerra de 1898, habían acumulado enormes fortunas que invirtieron en la península: bancos, ferrocarriles, minería, solares en Barcelona, dehesas en Extremadura, etc. Ennoblecidos por Isabel II y sucesores sus descendientes conforman hoy buena parte de nuestra aristocracia.
En el Banco de la Habana crecían como la espuma los capitales de la familia real, de la burguesía catalana (los Güell, Antonio López, Colomé, de los Girona, Manuel Girona, director del Banco de Barcelona) y de otros capitalistas de menor entidad.
Los que mantenían intereses en Cuba estaban afiliados a los “Círculos Hispano-Ultramarinos” (los Güell en Barcelona, el marqués de Manzanedo en Madrid, otros capitalistas de Valencia, Sevilla, Jerez, etc.) que en 1872 desataron una furibunda campaña contra la iniciativa gubernamental de abolir la esclavitud en Puerto Rico.
Cuando surgieron movimientos independentistas en Cuba el lobby negrero/azucarero los reprimió primero por medio de mercenarios y “voluntarios españolistas”, después con tropas de la metrópoli, quintos españoles procedentes de la clase obrera que no podía redimirse, como hacían los ricos, del servicio militar.
A pesar de todos los esfuerzos y de todos los sobornos al gobierno de Madrid, la isla se independizó después de la desastrosa guerra de 1898. Algunos indianos permanecieron en la isla y siguieron explotando sus ingenios, con trabajadores asalariados. Otros liquidaron su hacienda e invirtieron en la península: bancos, ferrocarriles, minería, solares en Barcelona, dehesas en Extremadura, etc.
Descabalgada de Cuba como san Pablo en el camino de Damasco, la burguesía catalana que mientras se enriquecía con la explotación colonial estuvo a partir un piñón con Madrid, descubrió, de pronto, su pertenencia a una nación oprimida, Cataluña, y se afilió a la Lliga Regionalista. (*)
(*) El texto en
azul, está entresacado del libro de Juan Eslava Galán
Avaricia que, desde aquí me permito recomendar, en él, entre otros que han tenido mayor difusión, se reflejan muchos episodios poco conocidos de esta parte de la historia poco edificante de España.