María Dolz, la narradora y protagonista de relato, trabaja en una editorial en el centro de Madrid, coincide todas las mañanas en la cafetería donde desayuna con una pareja de apariencia perfecta, Luisa y Miguel. Al poco deja de verlos y, después de unas vacaciones, se entera de que el marido ha sido brutalmente asesinado por un gorrilla, un aparcacoches que vive de las propinas. A los pocos días ve a la viuda de nuevo en el local. Se acerca a ella a darle el pésame y quedan para más tarde a tomar café. Las cosas empiezan a írsele de las manos en el momento en el que conoce a un amigo de la viuda, un tal Díaz-Varela, con el que vivirá una relación pasional pero sin ningún tipo de compromiso.
La novela deviene en una especie de ensayo sobre algunos aspectos de la condición humana y el autor va reflexionando sobre el egoísmo desmedido de algunas personas que no reparan en medios, llegando incluso al asesinato, para alcanzar sus objetivos, aunque lo hagan, como en tantos casos que conocemos, a través de otras personas, para quedar ellos con las manos limpias en apariencia y sin sentir ningún tipo de culpabilidad. Al fin y al cabo, no han apretado el gatillo, o empuñado la navaja, como es el caso.
Con referencias continuas a dos clásicos de la literatura francesa, Los tres mosqueteros y El coronel Chabert, sobre todo a esta última, una novela corta de Balzac que guarda algunas connotaciones con el fondo del relato que nos ofrece el propio Javier Marías.
Por esta novela, multipremiada en varios países, su autor obtuvo en 2012, el Premio Nacional de Narrativa, al que renunció, según él mismo, por coherencia, por estar en contra de la política gubernamental y más concretamente con la del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte que es quien impulsa el premio, actitud esta que, se piense lo que se piense sobre el autor y su obra, demuestra eso, coherencia, frente a tanto personaje al que se le llena la boca de críticas, pero acepta cuantos parabienes le llegan, sobre todo si hay dotación económica aparejada.
La novela ha sido ensalzada por la crítica y estuvo presente en varias listas de las que reflejan los mejores libros del mercado editorial. Sin embargo, alguna voz disonante ha habido, como la del novelista Isaac Rosa, para quien es la peor novela del autor.
A mí hay cosas que no me acabaron de gustar del relato, algunos momentos en los que parece que la trama no tiene pies ni cabeza y avanza a trompicones, la verdad es que después de acabada, tampoco me ha parecido nada del otro mundo y creo que es más un ejercicio de estilo que otra cosa, pero con muchos párrafos de esos que me parecen absurdos cuando se los quiere dotar de un aire de credibilidad, precisamente porque resultan increíbles, tal vez es que yo vivo en otro mundo. Asunto distinto es el del lenguaje, que Marías domina con cierta solvencia y algunas de las digresiones que salpican la novela, que me han parecido de más enjundia que la propia historia central, por ejemplo cuando se refiere a las novelas antes citadas y sobre la molestia que podría suponer que los muertos regresaran a la vida cuando ya se se ha amortizado su recuerdo. No menos interesantes, los pensamientos de la protagonista sobre los especímenes (léase escritores), con los que le toca lidiar en su trabajo, a quienes no ahorra epítetos cargados de ironía, cuando no de directamente de desprecio.
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