martes, 18 de junio de 2013

LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS

Al frente del destacamento español de Baler, al norte de Manila, en Filipinas, se encuentran el capitán Enrique de las Morenas (José Nieto) y el teniente Martín Cerezo (Armando Calvo), que detectan movimientos de la población nativa que les llevan a sospechar el peligro de un nuevo levantamiento como el que había tenido lugar en octubre de 1897 que diezmó a la compañía entonces al mando del joven teniente Mota.
Ante ello deciden atrincherarse en la iglesia, único edificio que ofrece ciertas garantías para una resistencia que puede resultar larga debido a la dificultad de las comunicaciones por tierra con la capital.
En efecto, al día siguiente, comienzan los ataques tagalos que, uno tras otro, son repelidos por los sitiados. La situación se complica a lo largo del tiempo por los estragos causados por el beriberi, causado por la falta de alimentos frescos.
Transcurridos unos meses, en diciembre de 1898, el gobierno español firma el tratado de París, por el que renuncia a la soberanía sobre las Filipinas y pese a que esta circunstancia les es comunicada a los sitiados por las tropas indígenas y por emisarios enviados por las autoridades españolas, el teniente Martín Cerezo que se ha hecho cargo del mando a la muerte del capitán De las Morenas, se resiste a creerlo, pensando que se trata de engaños de los filipinos.
La resistencia se prolongará casi un año.

Conforme advierten los títulos de crédito, el guión está basado en sendos textos literarios: “Los Héroes de Baler”, de Enrique Llovet y “El Fuerte de Baler”, de Enrique Alfonso Barcones y Rafael Sánchez Campoy.
Asimismo, para la reconstrucción de los hechos, se ampara en las notas tomadas por el propio Martín Cerezo.


En esta España de nuestras entretelas, el cine de corte patriótico, para entendernos, tiene mala prensa en ciertos sectores por razones obvias, pero opino que no deberíamos quedarnos en los extremos y ser más prudentes a la hora de analizar cada una de estas películas, pues bien es cierto que algunas de ellas son tan descaradamente sesgadas que provocan cierta repulsa, cuando no simplemente vergüenza ajena.
Yo creo que no es el caso de este film, al que se le pueden discutir sus cualidades técnicas, carencias aumentadas por las condiciones de penuria que tampoco daban para grandes alardes; su no demasiado lograda ambientación y otras cosas por el estilo, pero aparte de eso, tampoco le veo yo nada tan exagerado que lo haga execrable y menos en comparación con películas de la época y de temática similar rodadas en otros países, donde el orgullo patrio por sus gestas heroicas sale a relucir y se arrima el ascua a la sardina de quien gobierne en aquel instante.


La gesta de Baler es uno de los escasos acontecimientos bélicos de repercusión internacional de los que podemos estar orgullosos en los últimos cien años, pues hay otros posteriores que sólo contentan a media parte de la sociedad porque están relacionados con la Guerra Civil.
Y repercusión internacional tuvo, quizá porque, de manera tangencial, EE.UU. estuvo presente en los hechos, tanto por la intervención del buque Yorktown, que intentó rescatar a los sitiados, sufriendo algunas bajas en el infructuoso intento, como porque la defensa de Baler se estudió durante algunos años en West Point.


La película es bastante fiel a lo que allí sucedió, hay cosas que nos cuenta que nos pueden parecer inventadas por los guionistas y fueron tal cual nos las relatan o muy parecidas.
Lo que podríamos llamar la parte dramática, trata de compensarla la película con la historia de amor entre Tala (Nani Fernández) y el soldado Juan Chamizo (Fernando Rey) y también con las escenas de humor protagonizadas por la tropa española, con el cabo furriel Pedro Vila (Manolo Morán) a la cabeza, enlazando un chascarrillo tras otro.
La música, que firma el maestro Parada, me parece de lo mejorcito del film, además de las composiciones hechas para la película, que subrayan muy bien los momentos de tensión y el carácter épico de algunas escenas, incluye aires populares españoles y filipinos, villancicos, canciones regionales y, por supuesto, la magnífica canción Yo te diré, con letra de Enrique Llovet y música de Jorge Halpern.
Una escena, la de Nani Fernández cantando la evocadora melodía mientras la cámara hace un travelling sobre los rostros ensimismados de los soldados españoles, que forma parte de todas las antologías del cine español y que sigue emocionando a quien la escucha.


Amparada en un magnífico plantel de actores, quizá el film no acaba de sacar todo el partido que podría a la historia central en sí, ni a las otras más particulares, como la relación entre el español y la nativa.


La película tiene algunas escenas, como la del inicio, cuando el correo es tiroteado por los tagalos en la espesura de la selva o alguno de los enfrentamientos armados, que nada tienen que envidiar a los buenos filmes de aventuras.
Una aventura, la de estos españoles dejados de la mano de Dios, que nos habla del cumplimiento del deber hasta sus últimos límites y de una gesta que ha quedado para la historia, algunas de cuyas escenas aún consiguen ponerle a uno los pelos de punta por la emoción al evocar a aquellos soldados a los que las autoridades tampoco trataron demasiado bien que digamos, pero que han quedado en la memoria colectiva como último bastión de un imperio en el que no se ponía el sol. Su historia es la la dignidad y el orgullo frente a la adversidad y el abandono.




8 comentarios:

  1. La película está entretenida; patriotismo elevado al cubo.

    Saludos amigo Trecce.

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    1. Del que a veces nos avergonzamos, mientras se ensalzan pelis americanas que dejan corta a esta.

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  2. Recordar que Basilio M. Patino en su "Canciones para después de una guerra" remarca uno de los momentos más emotivos y tremendamente tristes de su cinta con la inclusión de Yo te diré. Antonio Roman, hoy casi olvidado, tiene un film muy recomendable; La casa de la lluvia, no reconocido en su momento por público y críticia.

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    1. En efecto, Manuel, es un momento muy triste y tremendamente evocador, una de las canciones de la banda sonora de nuestra vida, tal y como la recoge Martín Patino en su excelente film

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